Siempre hubo en Argentina un interés por la historia, desde los records de venta de los libros de Félix Luna hasta el éxito de documentales de la primavera democrática como La república perdida. Sin embargo, es evidente que en los últimos tiempos, quizás como un efecto más de la crisis del 2001, ese interés se ha renovado y multiplicado al compás de dos debates superpuestos: uno antiguo, que separa la tradición revisionista de la liberal, y uno más nuevo y mediático, que enfrenta a los historiadores masivos con los académicos. Es en este particular contexto que se publica El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, donde se reúnen tres artículos de Tulio Halperin Donghi.
Considerado por muchos como el historiador nacional más destacado, Halperín Donghi aclara desde un comienzo su posición frente al revisionismo histórico, al que define como “esa corriente historiográfica cuyo vigor al parecer inagotable no ha de explicarse por la excelencia de sus contribuciones, en verdad modestísimas”. Para el profesor de la Universidad de California, el altísimo predicamento de esta tradición intelectual se encuentra no en la calidad de su producción teórica sino en su capacidad para fijar un punto, una positividad, a partir del cual –se argumenta– comenzó el proceso de decadencia nacional. El revisionismo toma sus esquemas básicos del nacionalismo de Maurras y de la derecha francesa y, situando su línea divisoria en la etapa pos-independencia, provee, sino una solución para la decadencia nacional, al menos una inspiración para solucionar los problemas actuales.
Con la edición de los tres artículos –El revisionismo histórico como visión decadentista de la historia nacional, Estudios sobre el pensamiento político de Rosas y Republicanismo clásico y discurso político rosista– en un solo volumen, Halperin Donghi se ubica claramente en el interminable debate sobre la historiografía revisionista. Lo curioso es que lo hace en un momento particular, en el que las revistas especializadas y algunos suplementos culturales reflejan una discusión cada vez más abierta entre los historiadores de pretensión masiva (muchos de ellos autorreivindicados como revisionistas) y aquellos de formación y espíritu académico.
Un par de ejemplos. El profesor Luis Alberto Romero no ha ahorrado críticas a los libros de Felipe Pigna, al que acusa de dividir la historia en buenos y malos, e incluso se burló de una comparación de Pigna, que definió a Mariano Moreno como el primer desaparecido de la Argentina. Inmune a las críticas, Pigna sigue multiplicando ediciones de Los mitos de la historia argentina, que ya se imprimió 14 veces. Halperin Donghi bendijo a Romero en un reportaje en Ñ y criticó a su rival. Se trata, en verdad, de dos campos bien diferentes: Pigna conduce un programa de televisión, escribe regularmente en los medios masivos y ha logrado que las editoriales se disputen sus libros; Romero es el titular de una de las principales cátedras de la carrera de historia y acaba de ganar la beca Guggenheim. Como se ve, cada campo tiene sus referentes, sus defensores y sus gratificaciones, y parece difícil que dialoguen entre sí.
El mundo académico argentino acaba de ingresar en una fuerte polémica sobre el nuevo relato histórico que se propone instaurar el kirchnerismo. Por medio del decreto 1880/2011, firmado por la Presidenta hace diez días, el Gobierno creó el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, que se propone reescribir la historia argentina a través de algunos de los grandes personajes del pasado.
El instituto es dirigido por el ensayista Mario "Pacho" ODonnell, ex funcionario radical y ex embajador durante la presidencia de Carlos Menem, y, entre otras cosas, tendrá la intención de "profundizar el conocimiento de la vida y obra de los mayores exponentes del ideario nacional, popular, federalista e iberoamericano", tal como lo señalan los fundamentos del decreto presidencial. Se mencionan personajes a reestudiar, como San Martín, Güemes, Artigas, Chacho Peñaloza y Facundo Quiroga, entre muchos otros.
La medida de Cristina Kirchner provocó ya una fuerte polémica entre reconocidos historiadores, que cuestionan por lo menos tres puntos de la iniciativa. Advierten con preocupación que la tarea estará a cargo de divulgadores de la historia y no de científicos reconocidos en la materia. Señalan además que se ignora aún si el objetivo real no será incorporar estos nuevos relatos históricos en los programas de las escuelas secundarias. Y alertan, en consecuencia, sobre la posibilidad de que esta operación impulsada por la Casa Rosada tenga como meta la instauración de un "pensamiento único" del pasado.
El presidente del instituto les restó importancia a los cuestionamientos y dijo que no se pretende hacer "un texto que se estudie en los colegios". Entonces, ¿qué se busca, es una provocación? "Para nada -dijo O'Donnell, que participa en televisión de campañas publicitarias del Gobierno-. Esta es una corriente que trata acerca de una manera diferente de ver la historia." Explicó que la finalidad del instituto será promover, mediante becas, la investigación, el estudio y la difusión de "otra" historia. "Es una manera distinta de ver la historia, porque los hechos existen, están en el rango de lo objetivo, y después viene la interpretación de las circunstancias. El llamado revisionismo histórico está muy cerca del peronismo. Hay dos movimientos que anticipan al peronismo: el revisionismo histórico y Forja; las grandes figuras, los antecesores, son Saldías, Ibarguren y, ya más cerca, Jauretche, Rosa, Abelardo Ramos..."
Antiliberal
O'Donnell no niega que el actual revisionismo pueda ser concebido como una contracara del liberalismo: "Es verdad que la palabra revisionismo parece definir lo contrario de lo liberal; por eso, yo le hubiera puesto el título de Instituto de Historia Nacional, Popular y Federalista".
LA NACION quiso saber por qué historiadores de la talla de Tulio Halperín Donghi o Norberto Galasso no fueron convocados. "A Galasso lo invitamos, pero él tiene un costado más marxista y no aceptó. En cuanto a Tulio, representa todo aquello con lo que nosotros disentimos", dijo O'Donnell. En su opinión, la historia de Mitre no será cuestionada. "Yo soy un revisionista que nunca ha hecho antimitrismo. Hay una interpretación malévola, porque se piensa que este instituto ha sido legitimado para servir y venerar a Néstor [Kirchner]. Y no es así. Por otra parte, no se puede ocultar que Cristina Kirchner sabe mucho de historia y su orientación es revisionista", dijo.
Sorpresa y estupor fue lo que causó entre la mayoría de los historiadores la creación del instituto. También hubo un cierto regodeo entre aquellos peronistas atávicos y jauretchistas, ávidos de más liturgia.
"Estoy de acuerdo en que todavía falta una visión más objetiva de nuestra historia, pero leyendo los considerandos y contenidos del decreto, todo indica que se perderá, una vez más, por unos y por otros, la oportunidad de buscar la verdad de nuestra historia", dijo Juan José Llach, ex ministro de Educación y ex viceministro de Economía.
En términos similares se expresó desde Ginebra la historiadora María Sáenz Quesada: "Estoy alejada de las andanzas de nuestros neorrevisionistas y escritores puestos a historiadores. Pero la creación del instituto por decreto, en coincidencia con la conmemoración del Combate de la Vuelta de Obligado, tiene más relación con la política que con la historia, como se ve claramente por la denominación elegida, los objetivos propuestos y la composición de sus integrantes". Para Sáenz Quesada, "en el nuevo Instituto prevalece la antinomia historia popular versus historia elitista, y una idea del revisionismo que viene de los autores que, a partir de 1930, imaginaron la «patria grande» si Rosas no hubiera sido derrotado en Caseros por otros caudillos con una visión distinta del federalismo, como era el caso de Urquiza".
El historiador Luis Alberto Romero también fue muy crítico respecto de la creación del instituto. "El Estado asume como doctrina oficial la versión revisionista del pasado. Descalifica a los historiadores formados en sus universidades y encomienda el esclarecimiento de la «verdad histórica» a un grupo de personas carentes de calificaciones. El instituto deberá inculcar esa «verdad» con métodos que recuerdan a las prácticas totalitarias. Palabras, quizá, pero luego vienen los hechos", expresó Romero.
También la ensayista Beatriz Sarlo puso en duda el verdadero objetivo del nuevo instituto (ver aparte).
Los historiadores Mirta Zaida Lobato, Hilda Sábato y Juan Suriano emitieron, por su parte, un comunicado con duros párrafos hacia los intentos oficiales de redefinir la historia. "El decreto pone al desnudo un absoluto desconocimiento y una desvalorización prejuiciosa de la amplia producción historiográfica que se realiza en el marco de las instituciones científicas del país -universidades y organismos dependientes de Conicet, entre otras- donde trabajan cientos de investigadores en historia, siguiendo las pautas que impone esa disciplina científica pero a la vez respondiendo a perspectivas teóricas y metodológicas diversas", señalaron los tres historiadores.
La metodología
Además, objetaron la metodología: "El enfoque maniqueo que el instituto adopta no admite la duda y la interrogación, que constituyen las bases para construir, sí, saber científico". Para Sábato, Suriano y Lobato, "a través de esta medida, el Gobierno revela su voluntad de imponer una forma de hacer historia que responda a una sola perspectiva; se desconoce así no solamente cómo funciona esta disciplina científica, sino también un principio crucial para una sociedad democrática: la vigencia de una pluralidad de interpretaciones sobre su pasado". A su vez, advirtieron que "se avanza hacia la imposición del pensamiento único, una verdadera historia oficial".
O'Donnell lo niega. "La historia oficial nace de ese personaje maravilloso que es Mitre. Alberdi puede ser considerado un precursor del revisionismo por la oposición que tenía con Mitre y Sarmiento, que fue el ideólogo del proyecto oligárquico porteño, cuyas consecuencias hoy sufrimos".
Eduardo Sacheri, novelista y profesor de historia, tiene su propia visión como docente. "En las últimas décadas en las universidades argentinas se ha trabajado mucho en historia, con criterio científico, y se ha tendido a superar los énfasis polémicos. Y me parece que no es una buena hipótesis de investigación partir de categorías como la defensa del ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante, como dice el decreto, ni aludir a próceres".
EN VOZ ALTA
"Este instituto es una corriente que trata acerca de una manera diferente de ver la historia. No se pretende hacer textos para los colegios" MARIO "PACHO" ODONNELL, Presidente del Instituto Revisionista
"El instituto, en coincidencia con la conmemoración de la Vuelta de Obligado, tiene más relación con la política que con la historia " MARÍA SÁENZ QUESADA, Historiadora
"El Estado asume como doctrina oficial la versión revisionista del pasado y descalifica a los historiadores formados" LUIS ALBERTO ROMERO, Historiador
"No es bueno partir de categorías como la defensa del ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante" EDUARDO SACHERI, Historiador y novelista
Lo que hay que revisar en serio es el revisionismo
El revisionismo, convertido en un conjunto de muletillas y consignas, es hoy la verdadera “historia oficial” y alimenta lo peor y más enfermo de la cultura política argentina.