miércoles, 13 de diciembre de 2017

EL REVISIONISMO HISTÓRICO EN DEBATE


Recopilación de algunas "idas y venidas" publicadas en los diarios de Buenos Aires a lo largo de más de una década


Discusión a través del tiempo
Página 12, 5 de noviembre de 2005

Por José Natanson


Siempre hubo en Argentina un interés por la historia, desde los records de venta de los libros de Félix Luna hasta el éxito de documentales de la primavera democrática como La república perdida. Sin embargo, es evidente que en los últimos tiempos, quizás como un efecto más de la crisis del 2001, ese interés se ha renovado y multiplicado al compás de dos debates superpuestos: uno antiguo, que separa la tradición revisionista de la liberal, y uno más nuevo y mediático, que enfrenta a los historiadores masivos con los académicos. Es en este particular contexto que se publica El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, donde se reúnen tres artículos de Tulio Halperin Donghi.
Considerado por muchos como el historiador nacional más destacado, Halperín Donghi aclara desde un comienzo su posición frente al revisionismo histórico, al que define como “esa corriente historiográfica cuyo vigor al parecer inagotable no ha de explicarse por la excelencia de sus contribuciones, en verdad modestísimas”. Para el profesor de la Universidad de California, el altísimo predicamento de esta tradición intelectual se encuentra no en la calidad de su producción teórica sino en su capacidad para fijar un punto, una positividad, a partir del cual –se argumenta– comenzó el proceso de decadencia nacional. El revisionismo toma sus esquemas básicos del nacionalismo de Maurras y de la derecha francesa y, situando su línea divisoria en la etapa pos-independencia, provee, sino una solución para la decadencia nacional, al menos una inspiración para solucionar los problemas actuales.
Con la edición de los tres artículos –El revisionismo histórico como visión decadentista de la historia nacional, Estudios sobre el pensamiento político de Rosas y Republicanismo clásico y discurso político rosista– en un solo volumen, Halperin Donghi se ubica claramente en el interminable debate sobre la historiografía revisionista. Lo curioso es que lo hace en un momento particular, en el que las revistas especializadas y algunos suplementos culturales reflejan una discusión cada vez más abierta entre los historiadores de pretensión masiva (muchos de ellos autorreivindicados como revisionistas) y aquellos de formación y espíritu académico.
Un par de ejemplos. El profesor Luis Alberto Romero no ha ahorrado críticas a los libros de Felipe Pigna, al que acusa de dividir la historia en buenos y malos, e incluso se burló de una comparación de Pigna, que definió a Mariano Moreno como el primer desaparecido de la Argentina. Inmune a las críticas, Pigna sigue multiplicando ediciones de Los mitos de la historia argentina, que ya se imprimió 14 veces. Halperin Donghi bendijo a Romero en un reportaje en Ñ y criticó a su rival. Se trata, en verdad, de dos campos bien diferentes: Pigna conduce un programa de televisión, escribe regularmente en los medios masivos y ha logrado que las editoriales se disputen sus libros; Romero es el titular de una de las principales cátedras de la carrera de historia y acaba de ganar la beca Guggenheim. Como se ve, cada campo tiene sus referentes, sus defensores y sus gratificaciones, y parece difícil que dialoguen entre sí.


Polémico instituto de revisión de la historia
Buscará rescatar lo "nacional y popular"

La Nación, 28 de noviembre 2011


El mundo académico argentino acaba de ingresar en una fuerte polémica sobre el nuevo relato histórico que se propone instaurar el kirchnerismo. Por medio del decreto 1880/2011, firmado por la Presidenta hace diez días, el Gobierno creó el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, que se propone reescribir la historia argentina a través de algunos de los grandes personajes del pasado.
El instituto es dirigido por el ensayista Mario "Pacho" ODonnell, ex funcionario radical y ex embajador durante la presidencia de Carlos Menem, y, entre otras cosas, tendrá la intención de "profundizar el conocimiento de la vida y obra de los mayores exponentes del ideario nacional, popular, federalista e iberoamericano", tal como lo señalan los fundamentos del decreto presidencial. Se mencionan personajes a reestudiar, como San Martín, Güemes, Artigas, Chacho Peñaloza y Facundo Quiroga, entre muchos otros.
La medida de Cristina Kirchner provocó ya una fuerte polémica entre reconocidos historiadores, que cuestionan por lo menos tres puntos de la iniciativa. Advierten con preocupación que la tarea estará a cargo de divulgadores de la historia y no de científicos reconocidos en la materia. Señalan además que se ignora aún si el objetivo real no será incorporar estos nuevos relatos históricos en los programas de las escuelas secundarias. Y alertan, en consecuencia, sobre la posibilidad de que esta operación impulsada por la Casa Rosada tenga como meta la instauración de un "pensamiento único" del pasado.
El presidente del instituto les restó importancia a los cuestionamientos y dijo que no se pretende hacer "un texto que se estudie en los colegios". Entonces, ¿qué se busca, es una provocación? "Para nada -dijo O'Donnell, que participa en televisión de campañas publicitarias del Gobierno-. Esta es una corriente que trata acerca de una manera diferente de ver la historia." Explicó que la finalidad del instituto será promover, mediante becas, la investigación, el estudio y la difusión de "otra" historia. "Es una manera distinta de ver la historia, porque los hechos existen, están en el rango de lo objetivo, y después viene la interpretación de las circunstancias. El llamado revisionismo histórico está muy cerca del peronismo. Hay dos movimientos que anticipan al peronismo: el revisionismo histórico y Forja; las grandes figuras, los antecesores, son Saldías, Ibarguren y, ya más cerca, Jauretche, Rosa, Abelardo Ramos..."

Antiliberal

O'Donnell no niega que el actual revisionismo pueda ser concebido como una contracara del liberalismo: "Es verdad que la palabra revisionismo parece definir lo contrario de lo liberal; por eso, yo le hubiera puesto el título de Instituto de Historia Nacional, Popular y Federalista".
LA NACION quiso saber por qué historiadores de la talla de Tulio Halperín Donghi o Norberto Galasso no fueron convocados. "A Galasso lo invitamos, pero él tiene un costado más marxista y no aceptó. En cuanto a Tulio, representa todo aquello con lo que nosotros disentimos", dijo O'Donnell. En su opinión, la historia de Mitre no será cuestionada. "Yo soy un revisionista que nunca ha hecho antimitrismo. Hay una interpretación malévola, porque se piensa que este instituto ha sido legitimado para servir y venerar a Néstor [Kirchner]. Y no es así. Por otra parte, no se puede ocultar que Cristina Kirchner sabe mucho de historia y su orientación es revisionista", dijo.
Sorpresa y estupor fue lo que causó entre la mayoría de los historiadores la creación del instituto. También hubo un cierto regodeo entre aquellos peronistas atávicos y jauretchistas, ávidos de más liturgia.
"Estoy de acuerdo en que todavía falta una visión más objetiva de nuestra historia, pero leyendo los considerandos y contenidos del decreto, todo indica que se perderá, una vez más, por unos y por otros, la oportunidad de buscar la verdad de nuestra historia", dijo Juan José Llach, ex ministro de Educación y ex viceministro de Economía.
En términos similares se expresó desde Ginebra la historiadora María Sáenz Quesada: "Estoy alejada de las andanzas de nuestros neorrevisionistas y escritores puestos a historiadores. Pero la creación del instituto por decreto, en coincidencia con la conmemoración del Combate de la Vuelta de Obligado, tiene más relación con la política que con la historia, como se ve claramente por la denominación elegida, los objetivos propuestos y la composición de sus integrantes". Para Sáenz Quesada, "en el nuevo Instituto prevalece la antinomia historia popular versus historia elitista, y una idea del revisionismo que viene de los autores que, a partir de 1930, imaginaron la «patria grande» si Rosas no hubiera sido derrotado en Caseros por otros caudillos con una visión distinta del federalismo, como era el caso de Urquiza".
El historiador Luis Alberto Romero también fue muy crítico respecto de la creación del instituto. "El Estado asume como doctrina oficial la versión revisionista del pasado. Descalifica a los historiadores formados en sus universidades y encomienda el esclarecimiento de la «verdad histórica» a un grupo de personas carentes de calificaciones. El instituto deberá inculcar esa «verdad» con métodos que recuerdan a las prácticas totalitarias. Palabras, quizá, pero luego vienen los hechos", expresó Romero.
También la ensayista Beatriz Sarlo puso en duda el verdadero objetivo del nuevo instituto (ver aparte).
Los historiadores Mirta Zaida Lobato, Hilda Sábato y Juan Suriano emitieron, por su parte, un comunicado con duros párrafos hacia los intentos oficiales de redefinir la historia. "El decreto pone al desnudo un absoluto desconocimiento y una desvalorización prejuiciosa de la amplia producción historiográfica que se realiza en el marco de las instituciones científicas del país -universidades y organismos dependientes de Conicet, entre otras- donde trabajan cientos de investigadores en historia, siguiendo las pautas que impone esa disciplina científica pero a la vez respondiendo a perspectivas teóricas y metodológicas diversas", señalaron los tres historiadores.

La metodología

Además, objetaron la metodología: "El enfoque maniqueo que el instituto adopta no admite la duda y la interrogación, que constituyen las bases para construir, sí, saber científico". Para Sábato, Suriano y Lobato, "a través de esta medida, el Gobierno revela su voluntad de imponer una forma de hacer historia que responda a una sola perspectiva; se desconoce así no solamente cómo funciona esta disciplina científica, sino también un principio crucial para una sociedad democrática: la vigencia de una pluralidad de interpretaciones sobre su pasado". A su vez, advirtieron que "se avanza hacia la imposición del pensamiento único, una verdadera historia oficial".
O'Donnell lo niega. "La historia oficial nace de ese personaje maravilloso que es Mitre. Alberdi puede ser considerado un precursor del revisionismo por la oposición que tenía con Mitre y Sarmiento, que fue el ideólogo del proyecto oligárquico porteño, cuyas consecuencias hoy sufrimos".
Eduardo Sacheri, novelista y profesor de historia, tiene su propia visión como docente. "En las últimas décadas en las universidades argentinas se ha trabajado mucho en historia, con criterio científico, y se ha tendido a superar los énfasis polémicos. Y me parece que no es una buena hipótesis de investigación partir de categorías como la defensa del ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante, como dice el decreto, ni aludir a próceres".

EN VOZ ALTA

"Este instituto es una corriente que trata acerca de una manera diferente de ver la historia. No se pretende hacer textos para los colegios" MARIO "PACHO" ODONNELL, Presidente del Instituto Revisionista
"El instituto, en coincidencia con la conmemoración de la Vuelta de Obligado, tiene más relación con la política que con la historia " MARÍA SÁENZ QUESADA, Historiadora
"El Estado asume como doctrina oficial la versión revisionista del pasado y descalifica a los historiadores formados" LUIS ALBERTO ROMERO, Historiador
"No es bueno partir de categorías como la defensa del ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante" EDUARDO SACHERI, Historiador y novelista



Lo que hay que revisar en serio es el revisionismo
Luis Alberto Romero

Clarín, 15 de febrero de 2012


El revisionismo, convertido en un conjunto de muletillas y consignas, es hoy la verdadera “historia oficial” y alimenta lo peor y más enfermo de la cultura política argentina.


El Revisionismo histórico insiste, una y otra vez, con que hay que revisar la “historia oficial”. Pero en realidad, lo más urgente es revisar al propio Revisionismo . En sus orígenes, en los años treinta o cuarenta, supo ser una corriente innovadora, creativa y desafiante. Hoy queda poco más que un conjunto de muletillas y consignas, anquilosadas y repetidas hasta el hartazgo por mercenarios del pasado . Hay que revisarlo, y urgentemente. No por razones científicas, pues se puede ignorar esta literatura menor y pasquinesca. Son razones políticas, y serias: el revisionismo, convertido en la verdadera “historia oficial”, alimenta lo peor y más enfermo de la cultura política argentina.
Los revisionistas declaman contra una versión del pasado que ya no existe; sólo queda la parodia que ellos hacen. Los textos escolares no llaman a Rosas tirano ni a los caudillos bárbaros. Rivadavia, Urquiza, Mitre, Sarmiento o Roca son considerados con sus méritos y deméritos. Nadie defiende en la escuela una versión maniquea del pasado, salvo la del nuevo maniqueísmo revisionista, que hoy las autoridades educativas llevan a las aulas, el Estado difunde a través de sus canales televisivos y el Instituto Dorrego investigará. Esa es hoy la única “historia oficial”.
Los revisionistas afirman que mostrarán la “historia verdadera”, oculta con intenciones inconfesables.
¿Existe una historia verdadera? Cualquiera que lea los diarios sabe que de cada suceso no hay dos versiones sino varias. Y si se pretende ir más allá del suceso estricto y reconstruir un proceso histórico largo y complejo, las explicaciones serán muchas, convergentes y divergentes, cada una con algo que aportar. En cuanto a “lo verdadero” que anuncian, hay mucho “pescado podrido”: suelen limitarse a difamaciones panfletarias y a trivialidades conocidas, tomadas del Billiken.
Nos dicen que la historia fue siempre escrita por los “vencedores” y que ellos contarán la historia de los “vencidos”. Aquí hay algo de miga: los relatos históricos se relacionan con percepciones e intereses de distintos actores sociales y políticos. El gobierno actual construye un relato, que deberíamos catalogar como “de los vencedores” -al menos, se han impuesto en tres elecciones presidenciales-, pero que sin duda ellos preferirán ubicar entre los de los “vencidos”.
Es cierto que hay combates por la historia. Pero son muchos y no uno, único y eterno . Sólo un vigoroso maniqueísmo puede reducir los procesos históricos, largos y complejos, a una sola batalla. Los vencedores de hoy serán con seguridad los vencidos de mañana, o los aliados y compañeros de los nuevos vencedores. El conflicto entre Saavedra y Moreno no tiene nada que ver con los actuales. En cuanto a Rosas, si viviera hoy es probable que fuera muy prudente con las Malvinas, aunque seguramente daría interesantes consejos sobre reelecciones. Pero la mejor lección sobre lo cambiante de los alineamientos está en el día después de Caseros, cuando los rosistas acérrimos descubrieron que habían vivido bajo una tiranía.
En el fondo, existe en el revisionismo una idea que remonta al romanticismo del siglo XIX y es hoy familiarmente conocida como nac and pop. Hay una confrontación eterna entre dos protagonistas: el pueblo y sus opresores.
El pueblo, que es también la nación, porta una esencia eterna e inalterable. Un alma popular -también llamada “ser nacional”- unifica las montoneras federales, el pueblo peronista de 1945 y los actuales movimientos sociales de pobres. Hay muchas maneras de construir estas líneas, pero siempre aluden a un mismo sujeto, popular y nacional.
Su unidad es fortalecida por su enemigo.
Como el Demonio, tiene muchas apariencias pero es uno, eterno e inmutable. Se trata de los poderosos, la anti patria, el imperialismo.
A la Presidenta le gusta trazar esas líneas. Por ejemplo, entre los vencedores de Caseros y sus propios enemigos. Alguien dirá que los de hoy no son exactamente los mismos que los de hace un año, pero en la concepción nac and pop, que es conspiracionista y paranoica, esto es un detalle menor. Se trata de “el” enemigo, siempre conspirando contra el pueblo y contra la Nación.
No tomemos estas cuestiones con liviandad. Es cierto que no resisten ni a la lógica ni a los hechos. Pero tienen algo que toca directamente a los sentimientos y a las pasiones.
El mismo conspiracionismo que alimenta los folletines y telenovelas tiene éxito en los relatos históricos.
El problema está precisamente en su popularidad. El revisionismo histórico ha construido una versión de la historia argentina fantasiosa pero bien vendida. Ha arraigado en el sentido común, y forma parte de lo que la mayoría cree natural y evidente. Suministra las palabras y las imágenes que acuden automáticamente, antes de reflexionar.
Esa es hoy la verdadera historia oficial.
Si se rasca con la uña a cualquiera de sus adeptos, brotan inmediatamente los eslóganes y consignas del populismo nacionalista, con sus héroes y sus villanos. Si se frota más enérgicamente, como Aladino con su lámpara, aparece el “enano nacionalista”. Y si se lo convoca a la Plaza para defender una guerra absurda, allí está. ¿Cómo no se ha movilizar el pueblo en contra del enemigo de la Nación? El 2 de abril de 2012 se cumplen treinta años de una de sus manifestaciones más espectaculares. Es hora de que revisemos críticamente la historia oficial revisionista.



Malentender la historia: por qué revisionismo no es kirchnerismo
Por Pacho O'Donnell

Infobae, 2 de diciembre de 2017


Está claro que el revisionismo dio un paso adelante durante el anterior gobierno, pero su tarea de luchar contra un pensamiento único de la historia va mucho más allá que un momento político


Mi buen amigo Daniel Balmaceda, en una entrevista que le hicieran en este medio, se refirió al revisionismo en términos que merecen ser corregidos. Lo que allí da a entender es que los revisionistas nos erigimos en jueces de la historia. Sería correcto si no le faltase una palabra.
Porque la historia nacional, popular, federal e iberoamericana, como a mí me gusta llamar al revisionismo, se funda en la crítica a la historia liberal. La que fue escrita al fin de las guerras civiles del siglo XIX y que apuntaba a dar un basamento ideológico a la organización liberal, centralista, antipopular, extranjerizante que se instituyó en nuestro país y que perdura hasta nuestros días. Historiografía que ancló en nuestra cultura como un pensamiento único que no dejó espacio ni oportunidad para un debate que estableciera los puntos en común con otras versiones historicistas y también tolerara las disidencias inevitables en una confrontación de ideologías y proyectos políticos diferentes, ya que la objetividad en las ciencias sociales es una utopía a veces malintencionada.
La marginación de los grandes pensadores revisionistas como Adolfo Saldías, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos, Raúl Scalabrini Ortiz, Fermín Chávez, Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Ortega Peña y otros es una prueba de dicha intolerancia. También lo es la clausura del Instituto Dorrego durante el actual Gobierno.
Tampoco el revisionismo se basa en criticar a los próceres. Muy lejos de ello, nuestra propuesta es reivindicar a aquellos hechos y personajes a los que la historia oficial, liberal, ha oscurecido deliberadamente. Como fue el caso de la epopeya de la Vuelta de Obligado, primer combate de la victoriosa Guerra del Paraná.
Otro destacado historiador, particularmente enconado con el revisionismo, Luis Alberto Romero, demuestra en cambio conocer al adversario, pues lo acusa de ocuparse de "promesas de grandeza nacional no cumplidas, realizaciones populares frustradas, enemigos internos al servicio de intereses extranjeros y antipopulares que le dan su carácter traumático". Efectivamente, de eso nos ocupamos, pero lo curioso es que Romero lo expone denostadoramente.
Es claro que lo que enoja a Romero, cuyo nivel académico valoro, aunque cuestiono su autoadjudicada representatividad de los escritores de oficio, es el éxito del revisionismo en ganar la conciencia y el favor de la mayoría de la población. Entonces echa mano a un recurso que la política ha puesto de moda: identificar revisionismo con kirchnerismo.
Está claro que el revisionismo dio un paso adelante durante el anterior gobierno, como sucedió en todos los gobiernos peronistas. También en el de Juan Domingo Perón, aunque algunos lo discutan, pero eso es tema para otro artículo. Fueron peronistas la mayoría de sus pioneros o pertenecieron a la izquierda nacional que caminó a la par. Es muy difícil imaginar a un peronista que no sea revisionista, como también a un revisionista que no pertenezca al peronismo o a sus aliados progresistas.
Romero opina en espejo, pues se propone una épica para "desarmar una visión hegemónica" cuando es claro que eso es lo que ha sido y sigue siendo la historiografía liberal, dueña de monumentos, feriados nacionales, marchas patrióticas, denominación de avenidas, calles y parques; también programas escolares y universitarios, cátedras, academias, subsidios, becas, hasta formar a lo largo de los años lo que Nicolás Shumway denominó "la invención de la Argentina", una construcción cultural impregnada de intencionalidad ideológica.
Agradezco el alarmado artículo de Romero, pues tiene más claro que nosotros que la batalla cultural que el revisionismo ha librado y seguirá librando en clara inferioridad de condiciones contra el liberalismo histórico ha logrado resultados positivos.


El revisionismo histórico en cuestión
Gonzalo Rubio García

Infobae, 12 de diciembre de 2017


A lo largo del siglo XX la corriente historiográfica denominada revisionismo histórico ha suscitado distintos debates sobre su idiosincrasia, que, en la mayoría de los casos, ha tendido a confundir las características que dicho fenómeno representaba. De cualquier forma, respecto a la revisión de la historia cabe aclarar que la labor del historiador implica una reevaluación constante de los postulados vigentes sobre diversos temas históricos, noción que implica la natural crítica de las construcciones del pasado formuladas por distintos intelectuales.
El recientemente artículo publicado por Pacho O'Donnell en este medio es muestra de las equivocadas ideas sobre el revisionismo que se pregonan. Al respecto, es necesario establecer algunos puntos importantes.

En primer lugar, el escritor marginó a aquellos autores que no le son útiles para caracterizar al revisionismo como "popular, federal e iberoamericano". Probablemente, los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, y Ernesto Palacio hayan sido los autores más importantes que tuvo esa escuela historiográfica. Sin embargo, no hizo ninguna mención a sus figuras. Por el contrario, nombró a Adolfo Saldías, autor que escribió sus obras a finales del siglo XIX, siendo el revisionismo histórico un fenómeno nacido una vez entrado el siglo XX. Vale aclarar, además, que Saldías dedicó su obra a Bartolomé Mitre, a quien consideraba su maestro.

En segundo lugar, no todos los peronistas fueron revisionistas. Juan D. Perón trató de no inmiscuirse en las "discusiones teóricas", que consideraba una distracción de los ideólogos. Como ha afirmado Arturo Peña Lillo, el ex Presidente abrevaba la historia en la monumental obra de Mitre. De hecho, el peronismo estableció ciertas divisiones entre los revisionistas: Julio Irazusta se presentó como una acérrimo antiperonista que se encontró en la vereda opuesta a Raúl Scalabrini Ortiz, quien había sido un cercano amigo suyo en "esos años anteriores al diluvio".

¿Cómo debemos entender, entonces, al revisionismo histórico? En principio, podemos situar su nacimiento en torno a la década de 1930, momento en que muchos intelectuales argentinos revaluaron sus posiciones políticas frente a la crisis económica de 1929. Distintos escritores, como los hermanos Irazusta, buscaron explicar mediante la historia las causas que habían llevado a lo que, según consideraban, era la decadencia de la sociedad argentina. Bajo esa lógica, el análisis del pasado se transformaba en una herramienta para lograr un cambio en la mentalidad del presente y en un proceso de reivindicación política. Desde ese momento, las consideraciones sobre el revisionismo fueron mutando, pues la década de 1930 se caracterizó por los cambios de posturas entre los intelectuales y la modificación constante en los bandos que se adjudicaban los enfrentamientos.

También se ha tratado de identificar al revisionismo con la mera reivindicación de la figura de Juan Manuel de Rosas. Sin embargo, muchos autores que se consideraron revisionistas, como Raúl Scalabrini Ortiz, mostraron una imagen ambivalente sobre el gobernador de Buenos Aires. Dicho ejemplo ilustra las diferentes vertientes que tuvo el revisionismo, no siempre esquemáticas y, al menos hasta la década de 1960, rápidamente modificables. Parece, entonces, loable considerar al revisionismo como un fenómeno amplio que evita categorizaciones esquemáticas como las planteadas por Pacho. Pero un punto es evidente: el revisionismo mostraba discursos sobre el pasado igual de parciales como los que buscaba refutar.

Al momento que llegó el revisionismo, había muchos autores que no compartían la visión de la historia divulgada por Mitre. Esa característica se hizo más profunda con el correr de los años. Pacho se esmera en dividir la historia bajo dos categorías: liberal y nacional popular. Sin embargo, dicho esquema no sólo margina a muchísimos historiadores que poco tienen que ver con esas dos tendencias políticas, sino que se transforma en una inexacta construcción ideológica que sólo sirve para oscurecer un fenómeno complejo.

La idea de Pacho es "reivindicar a aquellos hechos y personajes a los que la historia oficial, liberal, ha oscurecido deliberadamente". Sin embargo, dicha postura se presenta igual de tendenciosa que aquella que se propone refutar. Los historiadores deben presentar sus interpretaciones del pasado, construcciones inevitablemente subjetivas, sin aires de revanchismo político, pues la disciplina, entonces, correría el riesgo de transformarse en un campo de batalla partidario en el que la búsqueda por elaborar un relato fidedigno podría ser condicionada según las necesidades políticas del presente.


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