martes, 10 de diciembre de 2013

30 años de Democracia en Argentina 1983-2013

Democracia y Derechos Humanos
Luis Alberto Romero
Publicado en La Nación
10 de diciembre de 2013
La democracia que hoy tenemos nació junto con el movimiento de derechos humanos. En 1982, luego de la Guerra de Malvinas, la revelación de los crímenes de la dictadura marchó a la par del crecimiento de la civilidad, movilizada por una ilusión democrática. Espanto e ilusión se potenciaron recíprocamente. La Marcha por la Vida se fundió con la gran movilización de la civilidad del 16 de diciembre de 1982, y ambas fueron reprimidas por la policía. Por entonces, los partidos políticos se llenaron de afiliados y la protesta social estalló con fuerza. En 1983, la democracia y los derechos humanos llenaron periódicamente las avenidas y las plazas, hasta el clímax del 10 de diciembre, cuando asumió el presidente electo. La lucha por los derechos humanos legitimó la nueva democracia y reforzó su novedoso carácter: republicana y pluralista, fundada en la libertad y en la ley. Toda una novedad en un país habituado a las dictaduras o a las democracias autoritarias de líder. Desde su origen, las organizaciones de derechos humanos se ubicaron por encima de la política y convocaron a todos a defender una causa esencialmente ética. En las elecciones, no tomaron partido, pero no fueron ajenas a su resultado. Alfonsín había participado de su lucha en la época dura y, a diferencia de Luder, declaró su intención de juzgar a los principales responsables de la represión.
Pero desde entonces los caminos de la democracia y de los derechos humanos se bifurcaron. En cuanto a la democracia, la ilusión inicial se fue tornando en desilusión a medida que se revelaban los límites de un gobierno sin recursos, endeudado y con un Estado deteriorado, que no podía satisfacer sus promesas mínimas de pan, salud y educación. El compacto respaldo civil que tuvo no alcanzó para subordinar ni a los sindicatos ni a los militares, alzados en la Semana Santa de 1987. En 1989, cuando la hiperinflación y los saqueos evocaron el precipicio, el nuevo gobierno obtuvo del Congreso amplios poderes. Nunca fueron devueltos, con el falaz argumento de la "emergencia permanente". Así, a la desilusión ciudadana se sumó la crisis de la institucionalidad republicana, que desde entonces fue en avance.
La pobreza -la gran novedad de la sociedad argentina- agregó otro factor al deterioro democrático. La precariedad de la existencia cotidiana, las falencias de la escuela, la policía y la Justicia conspiraron contra la formación de ciudadanos conscientes, respetuosos de la ley y preocupados por el interés general. Comenzó entonces a fructificar un nuevo modo de hacer política. Sus protagonistas fueron las autoridades gubernamentales, del presidente a los intendentes, quienes aprendieron el arte de transformar modestas ayudas estatales en paquetes de votos. De ese modo, el sufragio, orgullo de la democracia de 1983, fue tomando un sentido más instrumental que ciudadano. Finalmente, la crisis de 2001, que hasta llegó a afectar la autoridad presidencial, barrió con los partidos políticos y aun con la idea de la representación legítima, otro de los pilares de aquella democracia.
Por su parte, las organizaciones de derechos humanos se encontraron desde el principio algo descolocadas con la nueva democracia. Acostumbradas a un mundo dividido entre malos y buenos, se encontraron con una política diversa, que postulaba el pluralismo. Esta desubicación puede explicar el predominio del sector más intransigente, el de Hebe de Bonafini, convertida en vocero e ícono de la causa. Los intransigentes de los derechos humanos se colocaron en la vereda de enfrente de Alfonsín, desconfiaron de la Conadep, no valoraron los juicios a las Juntas y, sobre todo, objetaron que se pusiera en el mismo banquillo a militares y guerrilleros. Tras la crítica a la llamada "teoría de los dos demonios" comenzó a reaparecer la distinción, común en los años 60, entre la injusta violencia del Estado terrorista y aquella otra que se suponía legitimada por los ideales de sus perpetradores.
La intransigencia se consolidó con la ley de obediencia debida y con los indultos de Menem. Los "derechohumanistas" eran un colectivo complejo, y en sus voces se mezclaron registros diferentes. Junto a la de los doloridos familiares estaban los militantes de la democracia y la libertad, y también quienes habían simpatizado con las organizaciones armadas o participado en ellas. Algunos de ellos adoptaron con sinceridad el nuevo credo democrático, pero otros lo vieron sólo como un período de tregua y de recomposición de fuerzas.
En muchos, estas ideas coexistían en tensión. En los años 90, en el amplio espacio de oposición al menemismo, la balanza se fue inclinando hacia un setentismo nostálgico y corrosivo. Las nuevas generaciones transformaron a las "víctimas de la dictadura" en heroicos combatientes, y gradualmente reivindicaron sus objetivos y sus métodos. Horacio Verbitsky hizo una amplísima lista de "cómplices de la dictadura" y Hebe de Bonafini reclamó las armas y glorificó el terrorismo. La intransigencia fue arrinconando a muchos viejos defensores de los derechos humanos y descartando las ideas liberales originales, como el respeto a la vida.
Democracia y derechos humanos -ambos bastante distintos de los de 1983- volvieron a encontrarse en el gobierno de Néstor Kirchner. Desde 2003, la legitimidad del poder presidencial volvió de la mano del mando. Profundizando la senda de los 90, Kirchner concentró más autoridad, controló el Congreso, avanzó sobre la Justicia, subordinó a los medios y anuló las agencias de control. Con la caja fiscal construyó la base política del Gobierno y produjo los votos necesarios para sustentarlo. Mientras se reducía el espacio de la civilidad, la democracia republicana terminó de ser sustituida por el autoritarismo democrático.
La novedad estuvo en la justificación. La retórica neoliberal fue reemplazada por la nacional y popular, enriquecida con elementos de los años 70. El discurso oficial volvió a partir el campo político y a estigmatizar a los enemigos del pueblo, las "corporaciones destituyentes". El pluralismo de 1983 quedó sepultado por la renovada intransigencia facciosa, que sirvió de puente con el núcleo intransigente de los derechos humanos. Incómodos con la democracia, éstos se encontraron a gusto con una retórica afín con Carl Schmitt y con las prácticas de un caudillo mandón de provincia chica, con talento para apreciar las potencialidades políticas de una causa por la que nunca se había interesado.
Kirchner reabrió los juicios a los militares y abundó en gestos afines a la versión facciosa de los derechos humanos. Así interpeladas, las principales organizaciones dejaron la Plaza y se subieron a los balcones de la Casa de Gobierno. Abandonaron el elevado plano moral en el que habían nacido y asumieron sórdidas tareas políticas. Hebe de Bonafini fustigó con grosera violencia a los enemigos del Gobierno, y Estela de Carlotto encharcó su meritoria organización en el hostigamiento al Grupo Clarín. La integración se completó cuando este grupo, que conservaba la representación de los derechos humanos, se sumó al esquema de subsidios y corrupción instrumentado por el Gobierno. Fue emblemático que en Madres la tarea quedara a cargo de un parricida.
Así, los caminos de la democracia y los derechos humanos se reencontraron, en un punto muy lejano del original. A muchos esto les gusta. Para quienes nos sentimos a disgusto, nos queda la tarea de volver a reunirlos en el lugar adecuado. Por una parte -es bien sabido-, hay que reconstruir la democracia republicana, la ciudadanía y el pluralismo. Por otra, la sociedad civil debe construir y legitimar nuevas organizaciones de derechos humanos, liberadas del estrecho mandato inicial, pero no de su imperativo de fondo. Es cierto que hay muchos derechos nuevos, que son importantes. Pero también están los viejos. Hay aún muchas víctimas de la sorda violencia estatal y policial y hay otros derechos alienados en una sociedad con mucha hambre y muy poca ley. Alguien tiene que defenderlos.
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domingo, 24 de noviembre de 2013

30 años de democracia en Argentina: 1983-2013



Un importante sociólogo e historiador reflexiona a tres décadas de un acontecimiento crucial para la vida del país.
Juan Carlos Torre
La Nación, 5 de noviembre de 2013

 
Hoy hace 30 años era sábado. Un día más tarde, los diarios destacarían que durante toda la jornada cientos de personas se habían acercado a las oficinas del Registro Nacional de las Personas para retirar su documento de identidad. La muchedumbre había sido tal que la policía tuvo que intervenir para evitar incidentes. Hubo también numerosas personas que se desvanecieron como producto del agolpamiento en esa calurosa jornada de octubre, y como en ese tiempo nadie tenía teléfonos celulares no fue nada fácil avisar a sus familias. La urgencia de tanta gente por buscar sus documentos un sábado tenía una explicación. Era la víspera de un acontecimiento que esperaban con inocultable ansiedad: después de 10 años, casi 18 millones de argentinos iban a poder votar y escoger con su voto un rumbo político para el país que habitaban. Estaban, en fin, a las puertas de la ceremonia cívica que habría de devolver a quienes por tanto tiempo habían sido meros habitantes su condición de ciudadanos. El domingo 30 de octubre de 1983 los diarios porteños anunciaron con grandes titulares el evento a punto de culminar: "Se elegirá hoy en todo el país a las autoridades nacionales", se pudo leer en LA NACION; "Terminó la pesadilla", sentenció el diario Crónica; por su parte, Clarín prefirió una portada más lacónica y quizá más cercana al clima de ansiedad que nos dominaba: "Llegamos", tituló.

 

Permítanme que me introduzca en este testimonio. En una carta a una hermana mía residente en el extranjero, días más tarde escribí: "El 30 de octubre tomé el avión a las 10 de la mañana y viajé a Bahía Blanca, adonde tengo todavía fijado el domicilio. No quería perderme la ocasión. A las 13.30 voté por Alfonsín. A la noche regresé a Buenos Aires para comenzar con la vigilia del recuento de los votos. Muchos fueron los que se quedaron hasta las 5.30 de la madrugada, cuando se suspendió la información. Yo decidí a las 2 que la suerte estaba echada: el peronismo no superaba el 40% de los votos, y me fui a dormir. Como a todos aquí, el resultado de los comicios me sorprendió. La magnitud de la victoria de Alfonsín -que obtuvo el 52% de los sufragios frente al 40% que recibieron los peronistas- no estaba en mis cálculos. Si bien las encuestas preelectorales permitían entrever la posibilidad de un triunfo radical -por un margen más estrecho, es verdad-, quienes las hacían se resistían a creerlo. Tan arraigada ha estado entre nosotros la certidumbre de las mayorías electorales del peronismo que era difícil concebir un desenlace adverso".

 

"En una charla que di en mi reciente viaje a Nueva York, el 19 de octubre, sostuve -prosigue mi carta- que vivíamos en la víspera de un cambio político: era la primera vez que en casi 40 años el resultado de elecciones libres, sin proscripciones, se presentaba incierto. Ganara o perdiera -dije entonces- el peronismo estaba en tren de devenir una fuerza política más, dentro de un juego político más equilibrado. Sin embargo, en la charla de Nueva York no me atreví a descontar su derrota. El hecho es que se rompió el hechizo que pesaba sobre el país: Alfonsín ganó, el peronismo perdió. Una sensación de alivio se respira, porque los resultados electorales traen la promesa de un nuevo comienzo. Desde la noche del 30 de octubre nos interrogamos sobre lo que vendrá, con esa vaga esperanza que este país fabrica de tanto en tanto para mantenernos asociados a su destino justamente en el momento en que estábamos más que dispuestos a romper amarras y a declararlo un caso terminado, como muchos lo han venido haciendo a lo largo de los años eligiendo irse al extranjero. No me refiero al forzado exilio de tantos argentinos durante los años de la dictadura: me refiero más bien a esa hemorragia permanente de profesionales e intelectuales que han ido a buscar su destino fuera de la patria: me han dicho que en muchos hospitales de Nueva York hay un médico argentino. Porque he pensado más de una vez que la Argentina no tiene remedio, hoy estoy tironeado por ese estado de gracia que flota en el aire e invita a confiar una vez más en esa redención fugitiva que ahora se encarna en la figura de Alfonsín y también en la de tantos peronistas que se están levantando contra la soberbia de «los mariscales de la derrota». La reciente campaña electoral no se jugó en el plano de los programas de gobierno, sino que tuvo por eje visiones rivales de la convivencia política. Ganó aquel que prometía un orden político para un país en disgregación, la amistad cívica frente a la arrogancia de los ganadores de siempre, y fue esa promesa, la de un país habitable y decente en el marco del Estado de Derecho, la que movilizó el voto de la mayoría.

 

"Recuerdo con emoción el acto de cierre de la campaña de Alfonsín, que culminó cuando se preguntó, en forma retórica, por qué marchamos, por qué luchamos, y se respondió recitando párrafos del Preámbulo de nuestra Constitución: luchamos para «constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino». Recuerdo, digo, la vibración que me ganó todo el cuerpo al escuchar esas palabras en medio de la multitud que rodeó la Plaza de la República. Por cierto, una promesa semejante buscará realizarse en una situación política y económica que está lejos de ser propicia. Las hipotecas que dejó tras de sí la dictadura son grandes y urgentes: los desaparecidos, la derrota en Malvinas, la deuda externa. En un escenario semejante, la erosión de esa promesa es previsible, pero estoy convencido de que no debemos abandonarla porque ella habrá de ser nuestra coraza ante los avatares de la transición a la democracia."

 

Hasta aquí los párrafos de la carta que escribí a mi hermana para comentar los sucesos del 30 de octubre. Poco después leí en el diario Clarín un texto de Jorge Luis Borges que estaba en la misma sintonía de onda, pero, por supuesto, con una prosa más elocuente y certera.

Cito a continuación pasajes de aquel texto. "Escribí alguna vez -decía Borges- que la democracia es un abuso de la estadística: yo he recordado muchas veces aquel dictamen de Carlyle, que la definió como el caos provisto de urnas electorales. El 30 de octubre de 1983, la democracia argentina me ha refutado espléndidamente. Espléndida y asombrosamente. [.] Es casi una blasfemia pensar que lo que nos dio aquella fecha es la victoria de un partido y la derrota de otro. Nos enfrentaba un caos que, aquel día, tomó la decisión de ser un cosmos. Lo que fue una agonía puede ser una resurrección. La clara luz de la vigilia nos encandila un poco. Nadie ignora las formas que asumió esa pesadilla. El horror público de las bombas, el horror clandestino de los secuestros, de las torturas y las muertes, la ruina ética y económica, la corrupción, el hábito de la deshonra, las bravatas, la más misteriosa, ya que no la más larga, de las guerras que registra la historia. Sé harto bien que este catálogo es incompleto. Tantos años de iniquidad o de complacencia nos han manchado a todos. Tenemos que desandar un largo camino. Nuestra esperanza no debe ser impaciente. Son muchos e intrincados los problemas que un gobierno puede ser incapaz de resolver. Nos enfrentan arduas empresas y duros tiempos. Asistiremos, increíblemente, a un extraño espectáculo. El de un gobierno que condesciende al diálogo, que puede confesar que se ha equivocado, que prefiere la razón a la interjección, los argumentos a la mera amenaza. [.] No estaremos a merced de la bruma de los generales. La esperanza, que era casi imposible hace días, es ahora nuestro venturoso deber. Es un acto de fe que puede justificarnos", concluía Borges.

 

Con aquellas emociones de 1983, con las expectativas alumbradas el 30 de octubre, la historia argentina posterior hasta nuestros días ha sido por más de una razón motivo de decepción y desencanto. La experiencia de la decepción y el desencanto es una experiencia que conozco bien. Mi generación, la que accedió a la vida pública en la década de 1960, experimentó muy tempranamente un sentimiento de frustración frente a lo que el orden político existente -siempre al borde de la ilegalidad y aquejado por la falta de legitimidad- podía ofrecerle como lugar de realización personal. Ese sentimiento de frustración fue el caldo de cultivo de una variedad de actitudes, que fueron desde el cinismo político, esto es, la creencia en que la defensa de las instituciones políticas no valía la pena y que era mejor inversión replegarse sobre los intereses propios, aquí o en el extranjero, hasta la rebelión política que se convirtió poco a poco para muchos, y bajo la influencia de un clima ideológico de época, en la exaltación de la violencia como método para el logro de ideales políticos.

 

Vistas en perspectiva, tanto la indiferencia cívica como el recurso a las armas tuvieron, a mi juicio, mucho que ver con el advenimiento de la larga noche del horror que conocería el país y que el texto de Borges que les acabo de leer retrató con pinceladas duras y contundentes. Que no fueran las causas únicas, ya que un papel principal le correspondió a la dictadura, no exime a mi generación de la responsabilidad que le cupo en esa tragedia; una tragedia cuya magnitud los argentinos recién pudimos apreciar cuando luego del veredicto de las urnas, y tal como lo había prometido, Alfonsín ordenó el enjuiciamiento de las cúpulas militares y de los jefes de los movimientos guerrilleros.

 

Si he hablado de la responsabilidad de mi generación en esa tragedia argentina, a contramano de la mirada caritativa con que algunos contemplan hoy en día nuestro pasado, es porque el legado que debemos transmitirles a ustedes, jóvenes recién graduados que no vivieron esos años, es la consigna de "Nunca Más fuera de la ley" que, junto con el retorno de la democracia, se plasmó en el voto de octubre de 1983. Las conmemoraciones, como ésta que hacemos hoy, son operaciones políticas sobre la memoria que buscan en el pasado un mensaje pertinente a las necesidades del presente. He querido colocar bajo la evocación de 1983 la ceremonia de graduación porque es mi convencimiento que esta universidad no sólo es una incubadora de talentos y destrezas; ella también aspira a inculcar en ustedes y más allá de la decepción y el desencanto, la obstinación por la esperanza en una Argentina democrática siempre y siempre perfectible.

Les deseo muy buena suerte. Muchas gracias.
  

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viernes, 25 de octubre de 2013

Análisis de la orientación y gestión económica del Proceso

"Martínez de Hoz mató la sociedad del empate"

Entrevista con el historiador Marcelo Rougier

Por Martín Granovsky

Publicado en Página 12
2 de mayo de 2010
Investigador del Conicet y profesor titular de Historia Económica en la Universidad de Buenos Aires, autor de libros como Industria, finanzas e instituciones en la Argentina, Marcelo Rougier explica qué papel cumplió José Alfredo Martínez de Hoz, 85, abogado, durante casi cinco años ministro de la última dictadura militar: “Condujo una política económica global, con objetivos financieros, cambiarios, industriales y de ingresos, y esa política tuvo idas y vueltas pero generó un cambio profundo que terminó con el entramado social construido en torno de una industria en expansión en la que pesaban también los trabajadores”.
–Hay una discusión entre los investigadores –dice Rougier a Página/12 al comienzo de la entrevista–: ¿el proyecto de Martínez de Hoz era un plan completo de entrada o se fue definiendo con el tiempo? Prefiero hablar de las intenciones más gruesas y de los resultados más notorios: durante el período de Martínez de Hoz se produjo un cambio estructural de la Argentina y cambiaron las condiciones de distribución de la riqueza.
–Cambiaron para peor, dice usted.
–Sí, claro. Brutalmente: el salario de los trabajadores cayó un 40 por ciento a comienzos de la dictadura.
–¿Y cuánto cayó la participación del trabajo en la renta nacional?
–Tenemos datos de 1983, con la vuelta de la democracia. El número estaba en 30 por ciento. Fíjese hasta qué punto la política fue regresiva que con el gobierno militar hasta desapareció la estadística sobre lo que usted pregunta. Este dato y la caída, sí verificada, del salario real en tan poco tiempo sólo era posible en aquel momento con un régimen dictatorial. Isabel Perón y José López Rega ya habían intentado bajar drásticamente el salario con Celestino Rodrigo como ministro de Economía, pero el Rodrigazo no consiguió todos sus objetivos. Y no lo consiguió incluso en un contexto democrático teñido por los ataques de la Triple A. ¿Quién estaba detrás de Rodrigo? Ricardo Zinn, uno de los ideólogos de lo que vino después con el gobierno militar. ¿Qué factor impidió su triunfo absoluto? Los sindicatos, que tumbaron a Rodrigo. Ahí vemos una muestra de la tensión permanente que Martínez de Hoz, para ponerle un nombre a ese proceso, se propuso eliminar. Y una de las fuentes de la tensión eran los trabajadores, sus demandas, su deseo de conservar la participación en la renta nacional, su organización en sindicatos con poder de negociación, su aglutinación en el peronismo. Pero no solamente los trabajadores. Se trataba de un modelo completo.
–¿Cómo lo definiría?
–El tradicional modelo de sustitución de importaciones.
–¿Qué potencial explosivo tenía la intención de fabricar en la Argentina lo que podía fabricarse en la Argentina?
–Una industria extendida, que incluye a los industriales y también, otra vez, a los trabajadores y sus sindicatos. Un mundo. Aun en medio de años de caída, la participación del ingreso de los trabajadores en la renta en 1975 era de 35 por ciento, es decir cinco puntos más que a finales de la dictadura.
–Una de las imágenes de Martínez de Hoz es su cara antiindustrial.
–Maticemos. La caída de la industria fue global. Pero no completa. Cayeron las ramas más complejas, como la metalmecánica y la electrónica. Se desplomaron por la importación libre. Al mismo tiempo, Martínez de Hoz mantuvo los subsidios para sectores concentrados como los que producían y exportaban commodities industriales, productos básicos como acero y aluminio. No les fue mal a Techint, a Aluar, a Acindar, empresa de la que Martínez de Hoz había sido presidente, a las empresas de celulosa, a Papel Prensa. En esos casos el gobierno otorgó regímenes especiales con políticas de promoción y subsidios, a lo cual hay que agregar la caída salarial que redujo costos y el tipo de cambio alto que inicialmente garantizó competitividad.
–Pero, después de los primeros años, ¿la devaluación y la tablita cambiaria que impuso Adolfo Diz en el Banco Central no quitaron competitividad?
–El punto importante es que, antes de la tablita, que comenzó a aplicarse en 1978, la industria no concentrada o se había reducido o había quedado fuera de combate. Vuelvo al comentario inicial: ¿todo fue diseñado así? Y otra vez elijo analizar con los datos concretos: más allá de las intenciones, de hecho quedó conformada una estructura destinada a durar en el largo plazo. ¿Cuál fue el resarcimiento para esos sectores concentrados que no habían desaparecido? La licuación de pasivos que les concedió en 1982 Domingo Cavallo, presidente del Banco Central. Quiere decir que en largo plazo esos sectores seguían fortaleciéndose. No se entiende la década del ’90 sin Martínez de Hoz en los ’70. Cuando Cavallo decía que era el padre del modelo, Martínez de Hoz decía que entonces él era el abuelo. Y que lo que cumplía Carlos Menem era lo que él hubiera querido hacer de haber podido con todo. Pero son momentos distintos. El modelo industrial argentino estaba enfermo. No muerto. El gobierno militar lo mató. La industria es un tejido, no solo una fábrica. Es un entramado social que pasó a mejor vida. Y Martínez de Hoz pudo hacerlo porque se lo permitió un contexto internacional de abundancia de capitales. Hasta cambió el rol del Banco Central.
–¿Cómo lo cambió?
–El Banco Central cambió de naturaleza. Dejó de desempeñar funciones que cumplía desde su fundación, en 1935, acompañando la industrialización en sus distintos momentos, regulando las tasas de interés y tratando de que fuesen bajas para que los industriales pudieseN obtener créditos baratos. Martínez de Hoz, en cambio, quería “sincerar la economía”, como lo decía él mismo con frecuencia. Una forma de sinceramiento, en su opinión, era liberalizar el sistema financiero. Si la tasa antes estaba reprimida, había que terminar con las medidas consideradas artificiales y dejar que el mercado actuase. Claro, en ese contexto el mercado actuó y la mayoría de los industriales perdieron acceso al crédito, mientras que los sectores concentrados se proveían de fondos en el exterior. La falta de crédito barato y la quiebra de empresas también fueron parte de un fenómeno disciplinador.
–Adolfo Canitrot, que después integró el equipo económico de Alfonsín, describió el programa de Martínez de Hoz como “disciplinario y restrictivo”.
–Y así fue. Canitrot comparte una característica con Aldo Ferrer, Marcelo Diamand y un tiempo después, todavía en dictadura, Jorge Schvarzer: ellos vieron el proceso del que estamos hablando y lo analizaron con esa precisión mientras ocurría. Canitrot lo dijo con claridad. La dictadura mató la sociedad del empate, donde los sectores concentrados avanzaban pero debían pelear con el resto de los industriales y contra el poder de los sindicatos. Todo eso en un contexto financiero de gran poder destructor.
–Ya mencionó la pérdida de funciones del Banco Central como garante de una tasa de interés baja. En tiempos de Martínez de Hoz se comenzó a hablar de “patria financiera”.
–Por un lado estaba la tablita, que aquietó la variable cambiaria y ató el peso al dólar casi hasta la devaluación de 1981, cuando Lorenzo Sigaut reemplazó a Martínez de Hoz como ministro. Por otro lado, las altas tasas de interés. Además, la disponibilidad internacional de capitales. Esa combinación permitió la entrada de capitales en abundancia y después el juego en el mercado financiero argentino, aprovechando las tasas altas. Ese fue el origen de la bicicleta financiera. De hecho hubo un subsidio a las entidades financieras, porque se incrementó tanto la tasa de interés para los créditos como la tasa que obtenía el titular de un plazo fijo. Pero, igual que en la industria, ese subsidio discriminó al sector financiero. El Banco Nacional de Desarrollo dejó de otorgar créditos a las empresas pequeñas y medianas y prestó a grandes grupos. La reforma financiera de 1977...
–...la que ahora proponen cambiar Martín Sabbatella y Carlos Heller en la Cámara de Diputados.
–La misma. Esa reforma liberalizó el mercado, trató de liquidar a las cooperativas y todo tipo de banca orientada a las pymes y a los industriales no concentrados y permitió el crecimiento gigantesco de la deuda externa. Dejó preparadas las condiciones que estallarían a comienzos de la democracia con la crisis de la deuda en toda América latina.
–Usted citó antes un sentimiento parecido a la envidia de Martínez de Hoz hacia Menem. Menem privatizó grandes empresas públicas, sobre todo YPF, y Martínez de Hoz no.
–Quiso. No pudo. Decía que privatizar es algo que se hace empresa por empresa. No lo logró con Siam. En el caso de YPF llegó a la privatización de servicios periféricos. Y en otras empresas se topó con barreras burocráticas.
–¿Sectores militares que no querían perder cuotas de poder propias?
–Sí. Y agreguemos las luchas interburocráticas y las contradicciones entre el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea. De todos modos, hubo otro intento más, cuando después de Sigaut asumió Roberto Alemann como ministro de Economía de Leopoldo Galtieri. Pero nunca se puede hacer todo en el momento que uno elige. De cualquier manera, y visto a la distancia, está claro que el gobierno militar, con Martínez de Hoz, logró introducir cambios drásticos que condicionaron duramente el futuro.
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miércoles, 28 de agosto de 2013

John Lynch: "América Latina no necesita una nueva independencia"


16 junio 2010

Graciela Iglesias Para LA NACION


En más de un sentido, John Lynch representa a una especie en extinción. Es uno de los últimos historiadores británicos que pueden ser considerados hispanistas y una autoridad en temas latinoamericanos, y también es capaz de cautivar con su pluma a los lectores no académicos. Dice que América latina conquistó su libertad hace dos siglos y es falso que necesite "una segunda independencia".

Profesor emérito de la Universidad de Londres, sus biografías "San Martín, soldado argentino, héroe americano" (Barcelona, 2009) y "Simón Bolívar" (Barcelona, 2006) han sido éxitos comerciales y, como la veintena de títulos que las precedieron, son ahora también obras de referencia. Aunque tiene múltiples galardones y logros profesionales, John Lynch habla con especial cariño de su condición de "miembro corresponsal" de la Academia Nacional de la Historia Argentina desde 1963.

Al hablar del proceso de independencia latinoamericano, Lynch advierte que no tuvo carácter económico o social, por más que reconoce que trajo avances en ese terreno, entre ellos, la abolición de la esclavitud.

"Esencialmente, yo creo que hay que hablar de una independencia política -sostiene-. Fueron movimientos políticos dirigidos y organizados por un sector de la sociedad, sin gran participación masiva. En algunos países hubo cierta presencia popular, pero en general fue un movimiento dirigido por la elite criolla, destinado a reemplazar a la elite española al frente del poder."

-Entonces, ¿tienen razón los políticos que afirman que estamos frente a una segunda independencia porque ellos buscan abordar esas asignaturas que habían quedado pendientes?

-En términos económicos, está de moda afirmar que la dependencia de España fue reemplazada por una dependencia de Gran Bretaña, a través del libre comercio, y después una dependencia de los Estados Unidos. Pero la dependencia económica con España era muy real y concreta. España mantenía un monopolio comercial y de inversiones. Con la abolición de ese monopolio, los latinoamericanos quedaron libres de elegir qué dependencia querían, si querían alguna. Adquirieron cierto poder de elección que antes no tenían.

-Algunos dicen que Gran Bretaña se cuidó de estar envuelta en el movimiento emancipador desde un principio con la intención de condicionarlo más tarde.

-Yo comparto la opinión que tenía Bolívar. El solía decirles a quienes lo criticaban por acercarse demasiado a Gran Bretaña que había que estar orgullosos de fomentar esa relación. El tipo de protección que los libertadores buscaban del lado británico era una protección de facto de parte de su armada, la más poderosa del mundo. Su mera presencia en los mares del sur servía para poner coto a las pretensiones imperialistas españolas.

-¿No suscribe a la opinión de que, derrotada en las invasiones de 1806 y 1807, Gran Bretaña decidió apoyar a los movimientos emancipadores para establecer un "imperio informal"?

-La tesis del "imperio informal" fue creada por los historiadores mucho más tarde. Ni los ministros ingleses ni los intereses comerciales británicos iban en esa dirección. Lo cierto es que América latina no era de gran importancia para Gran Bretaña. Como potencial mundial, su visión estaba más enfocada hacia el comercio con los Estados Unidos, el resto de Europa y vínculos más directos con Asia y Africa. En América latina buscaba comerciar e invertir. Y de esto podían los latinoamericanos sacar también provecho.

-¿Qué fue lo que originó el movimiento emancipador?

-Una crisis dentro del mundo hispano. Hasta mediados del siglo XVIII, la América española era menos colonia de lo que había sido en un principio y de lo que lo era hacia 1810. Entre 1700 y 1750, América latina había obtenido cierta independencia económica y también a nivel social, en lo que concierne a la presencia de los criollos en puestos de gobierno. Pero los Borbones trataron de frenar ese proceso. Esa reacción borbónica es lo que llevó a los criollos a iniciar el proceso de emancipación. Todos los imperios tienen una semilla de autodestrucción, algo que los hace inherentemente inestables.

-¿Este modelo de autoritarismo es una herencia inexorable de nuestro pasado hispánico?

-Los libertadores latinoamericanos emularon en gran medida el modelo autoritario de la monarquía española. Bolívar, al declararse presidente vitalicio con derecho a elegir a su sucesor, no dejaba mucho espacio para la participación política. San Martín nunca llegó a ese extremo, pero tampoco favorecía un modelo de participación democrática. Hace unos años, amigos míos que son académicos en Venezuela me aseguraban que Hugo Chávez no era un nuevo caudillo, sino un "populista del proletariado...". Eso me suena muy parecido a un caudillo de la vieja ola o a un autoritario populista. O quizás un bolivariano militarista. Hay que recordar que él viene del seno de las fuerzas armadas venezolanas, que no son precisamente una democracia... América latina no necesita una "independencia bolivariana". Bolívar no es un predecesor de Chávez. El nunca se consideró un revolucionario social. Introdujo reformas, es cierto, pero no quería reestructurar a la sociedad. Tampoco era un buscapleitos internacional. No criticaba a las grandes potencias de la época. Al contrario: buscaba su alianza. Jamás se asoció tampoco con países en los márgenes de la comunidad internacional. Es cierto que tenía reservas con respecto a los Estados Unidos, pero Bolívar aceptaba que era un buen ejemplo de republicanismo. Quizás el problema es que al declararse presidente vitalicio no aplicó las virtudes republicanas que tanto admiraba en Estados Unidos. El suyo era un modelo autoritario. Sólo en ese sentido yo veo un parangón entre Bolívar y Chávez. Pero hablar de una segunda ola de independencia no es acertado. Estamos comparando mundos muy distintos.

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viernes, 21 de junio de 2013

Reoportaje al historiador Lucas Lanusse: el abordaje historiográfico de los años '70

Lucas Lanusse es quizás el historiador más interesante que ha surgido en los últimos tiempos en la Argentina. Irrumpió en escena hace dos años con la publicación de su libro “Montoneros, el mito de los doce fundadores”. Este supuso una novedad, fue uno de los primeros trabajos sobre los ´70 en el cual se intentó una investigación profunda y desideologizada; y pegó, ya va por su cuarta edición. Inquieto, Lanusse lanzó hace unos meses un nuevo libro, “Cristo Revolucionario” y prepara dos más, mientras negocia con una importante radio la incorporación de micros sobre historia. ¿Nace un nuevo Felipe Pigna? ¿Es posible hacer historia rigurosa y masiva al mismo tiempo?
El siguiente fue el diálogo mantenido con Lucas Lanusse:

-Su primer libro era una investigación sobre las condiciones sociales y políticas que fueron determinando que un grupo jóvenes a fines de los 60 ´s terminaran concluyendo que la opción armada y el peronismo era la única salida posible. Y esa fue la base del éxito del libro…


-No fue un tema solo de desideologización, sino que en trabajos más o menos serios académicos se daban por buenas algunas cosas que se habían dicho, y se partía de ahí. Era un doble hueco, de parcialidad ideológica y de parcialidad informativa.
Cuando yo empecé la investigación de Montoneros mi idea era comenzar en el ´70, y durante dos años no pude arrancar, hasta que en un momento me di cuenta de por qué me había pasado eso: porque en realidad no tenía desde donde pararme, las cosas que se decían sobre el origen de Montoneros no resistían un análisis siquiera superficial.
El ejemplo que pongo es concreto, si supuestamente los Montoneros que secuestraron a Pedro Eugenio Aramburu fueron apenas 12, un grupito minúsculo, y después de eso los persiguen 20.000 hombres de la fuerza de seguridad. Que alguien me explique cómo hicieron un mes después para atacar La Calera con 40 hombres. 


-¿El hecho de haber una diferencia generacional con el común de los autores que han escrito sobre la década del ´70 es lo que marca la diferencia de enfoque? ¿Es necesario no haber vivido los acontecimientos para tener una visión objetiva?

-No es necesario pero ayuda mucho, sin ninguna duda. Es mucho más fácil para alguien que no lo ha vivido no tener tantos prejuicios y condicionamientos. 

-¿Se ha escrito historia sobre los 70 en la Argentina o se han escrito argumentaciones ideológicas?

-Hay de esos (los ideológicos), también hay buenos libros periodísticos y hay libros de historia como el de (Richard) Gillespie (autor de “Montoneros, soldados de Perón”) a quien yo critico, pero que no deja de ser una buena investigación, lo curioso es que sea de un autor inglés ¿No? Periodísticos si hay muchos buenos, pero de historia me cuesta realmente encontrar.

-Hay entonces una deuda de investigación histórica genuina sobre los ´70.

-Sin ninguna duda, veo mucho trabajo periodístico pero poco trabajo académico.. 

-¿Se puede ser objetivo escribiendo historia?

-Cien por ciento objetivo no, creo que se puede ser honesto. 


-Su segundo libro, “Cristo Revolucionario” es más testimonial, de alguna forma, ya que cuenta las historias de 10 curas y monjas que pertenecieron al tercermundismo.

-Sí, es diferente, es casi periodístico, porque no pretende ser una interpretación o llenar un hueco en la historia, sino que las historias de vida hablen solas 

-El libro Cristo Revolucionario, aún siendo más periodístico aborda el tema del movimiento tercermundista dentro de la Iglesia Católica, ¿Cómo fue la génesis de este movimiento y luego su evolución?

-Elegí este formato de libro porque tuve una especie de rebeldía temporal contra el formato de historia más académica. Tenía ganas de relatar y contar historias que hablaran solas. El norte era mostrar estas vidas, que son dignas del cine. Son historias de personas ultra comprometidas, que pueden gustar o no, pero que a partir de su compromiso han puesto en riesgo sus vidas, sus bienes, y han terminado exiliados, peleados, ninguneados.
Luego, hay una explicación de este fenómeno que yo resumo en tres párrafos en la introducción del libro. La primera era el contexto nacional, de interrupciones democráticas, de proscripción del peronismo y de constantes golpes de estado. Luego estaba el contexto internacional, con la revolución Cubana, y una idea flotando en muchos ámbitos de que el capitalismo moría y lo que venía era el socialismo. Y en tercer lugar, lo que sucedía dentro de la Iglesia, motorizada por el Concilio Vaticano Segundo y la idea de que la Iglesia no podía ser ajena de los problemas de su tiempo. A partir de esas ideas algunos sectores, no todos, se fueron radicalizando y acercándose al concepto de que no hay que cambiar el mundo, sino que la Iglesia cambie por el mundo y también, básicamente, la opción por los pobres. 


-Luego algunos curas dieron un paso más allá hasta llegar a tomar las armas…

-Si tomamos el cristianismo tercermundista y sus aledaños, los que tomaron las armas fueron proporcionalmente muy pocos. Pero que creían que era legítimo tomarlas, eran la mayoría.

-Y de las 10 historias que cuenta su libro ¿Todos han mantenidos sus posturas de entonces o han hecho una revisión?

-Yo fui a buscar estos testimonios… y una cosa que rescato de ellos sin dudar, y quizás fue la razón de que los buscara, porque hay en ellos muchas cosas que son muy polémicas, es la coherencia. Y esa es la realidad de las 10 historias. 

-¿Qué ha quedado en la Iglesia de hoy del movimiento tercermundista?

-Hoy hay muchos curas, laicos y monjas que suscriben a una línea muy similar a aquella. Inclusive haciendo una especulación, y esto lo he hablado con muchos curas, hoy proporcionalmente no son muchos menos que en aquel entonces. Si antes el tercermundismo significaba el 10% , quizás hoy no sea mucho menos que ese número. Hay muchos curas en las villas, en los barrios.
Lo que muestra a las claras que ha cambiado el contexto. Antes estaban dado las condiciones, no se exactamente porqué, para que tuvieran más visibilidad, para que se le animaran a los obispos. Y esto hoy no pasa. 


-¿Es por un cambio de los curas o del obispado?

-No, no no, es una derrota. Creo que es una manifestación de que esos sectores hoy no tienen espacio. En realidad se ha impuesto en lineas generales una visión más bien conservadora y jerárquica.

-¿Pero el obispado argentino de los 70 no era más conservador que el actual?

-En todo en ese momento tuvo que demostrarlo. Yo no se si se repitieran circunstancias similares como aquellas… me gustaría ver a muchos de los que hoy se dicen muy progresistas. Igualmente el contexto es tan diferente que es muy difícil hacer una comparación.

-¿Es posible acercar la historia al común de la sociedad sin deformarla y simplificarla en exceso?

-Es mi gran objetivo. Yo creo que se puede construir un equilibrio entre hacer una investigación rigurosa sin terminar en el blanco y negro.

-¿A quien considera al mejor historiador argentino?


-A la m… que difícil. Del período que yo he trabajado, Carlos Altamirano me encanta. 

-¿Cuándo sale la segunda parte de “Montoneros”?

-Estoy trabajando, nunca la abandoné, pero supongo que en 2009. En el medio hice Cristo Revolucionario y ahora estoy escribiendo otro libro. 

-¿Le gustaría ser el nuevo Pigna?

-Sí, absolutamente, en cuanto a ventas y a repercusión me encantaría.

Fuente: www.urgente24.com
 

viernes, 25 de enero de 2013

Perspectiva histórica para problemas de la Argentina actual





El historiador de la economía Roberto Cortés Conde y su discípulo Gerardo della Paolera, en un encuentro con la historia y el futuro argentinos y con la búsqueda de sentidos para el país


Por Luciana Vázquez
LA NACION, 11 de noviembre de 2012


¿Qué tiene para decir uno de los grandes nombres de la historia económica en la Argentina cuando se le pregunta sobre los problemas del presente? Sobre el gran tema de la educación, por ejemplo. Me refiero al abogado, con posgrado en sociología, historiador y economista autodidacta Roberto Cortés Conde. Por supuesto, Cortés Conde dará datos y, por supuesto, serán datos sobre el pasado, pero, y ahí su riqueza, con lecciones para el presente y el futuro.


Por ejemplo, y lo cito: "Entre fines del siglo XIX y 1930, la Argentina pasó de un 80% de analfabetos en el primer censo de 1869 a un 20% alrededor de 1930. En dimensión mundial, fue un fenómeno impresionante. ¿Cómo se hizo? En el mismo período, la población argentina crecía a una tasa altísima por la inmigración pero el enrolamiento en las escuelas primarias crecía a una tasa mayor y el presupuesto a la educación crecía a una tasa aún mayor que la del enrolamiento en las escuelas primarias. Ésa fue la primera revolución educativa que tuvimos en la Argentina".


Después de los datos llegará la interpretación. La comparación con la ampliación de la matrícula en la escuela secundaria durante el peronismo, que también superó la tasa de crecimiento de población. El dato de que esta vez el presupuesto educativo no acompañó ese crecimiento al mismo ritmo, "un verdadero indicador de calidad". El inicio de un problema endémico en la Argentina, el descenso de su calidad educativa.


Las cifras y su lectura salen con naturalidad de boca de Cortés Conde. No es para menos: Cortés Conde cambió paradigmas dentro de su disciplina y sumó la teoría económica a la investigación histórica, y a éstas las conectó con la investigación empírica. Y así estableció los pilares para un giro profundo en la historiografía económica en el país. Una verdadera revolución en su campo.


Pero como al más común de los mortales, a Cortés Conde le llegó la hora de retirarse. Hace veinte años que enseña e investiga en la Universidad de San Andrés, donde es profesor emérito. Y ahora, para continuar con su legado en San Andrés, tomará la posta otra figura clave de la historia económica nacional, Gerardo della Paolera, discípulo brillante de Cortés Conde, con doctorado en Economía por la Universidad de Chicago, rector fundador de la Universidad Di Tella y referente en el campo de la historia económica latinoamericana, que se hará cargo de la cátedra Luis María Otero Monsegur, en San Andrés, dedicada a la historia económica.


En una especie de dueto moderado por la varita del periodista, y también historiador, Carlos Pagni, Cortés Conde y Della Paolera dialogaron sobre el peso de las instituciones económicas, sobre el esfuerzo de dar sentido al devenir argentino a partir del conocimiento, todo en el marco del homenaje que la Universidad de San Andrés organizó el pasado martes para despedir al gran historiador.


"La Argentina no ha tenido una movilidad social a través de la meritocracia. La ha tenido a través del clientelismo, que es un cáncer", dirá Della Paolera cuando le tocó a él dar su visión de historiador de la economía puesto a pensar sobre la educación.


Para Della Paolera, educación, productividad y movilidad social genuina van de la mano. Y la revolución educativa deseable pasa por su calidad. Pero en una democracia populista, afirma, el asistencialismo pone en riesgo la calidad de sus bienes públicos, entre ellos, la educación.


En otro tramo del encuentro, el análisis histórico económico llegó, hacia atrás, a un momento fundacional de la Argentina, que condiciona toda su historia.


Lo expuso claramente Cortés Conde: "En la Argentina en el fondo tenemos un problema institucional desde el principio de la vida independiente que viene de los virreinatos, cuando se forma esta especie de desmesura colonial".


Según Cortés Conde, mientras los colonos ingleses en Estados Unidos eran quienes pagaban los impuestos de su bolsillo, las colonias españolas se mantenían con la renta de la plata. "Era una sociedad y una economía rentística. La fuente principal de ingresos eran las regalías, no los impuestos. Buenos Aires empezó siendo un virreinato deficitario que dependía de los recursos que llegaban desde Potosí", dice Cortés Conde.


La renta minera será reemplazada luego por los recursos aduaneros, reconstruyó el historiador, hasta 1930. Y aquella historia inicial quedará grabado a fuego un dilema que sigue pesando: "Del treinta en adelante, estamos encerrados en esa trampa: ¿quién paga por todos los bienes sociales, los bienes comunes, los bienes públicos que algunos quieren que los beneficien?", se pregunta Cortés Conde.


Por su lado, Della Paolera puso a la figura de Carlos Pellegrini como un presidente ejemplar, del que vale aprender algunas lecciones. Según su perspectiva, Pellegrini garantizó la bonanza económica de Argentina entre 1899 y 1913 a partir de una certeza: "Sabía claramente que no existe la posibilidad de integrarse al mundo desde el punto de vista del sector real de la economía si uno es un malandra desde el punto de vista de la cuenta de capital y el mercado de capitales".


El debate también llevó a las trampas que tienen detenida a la Argentina, siempre enfrentada a los mismos problemas. "¿Por qué esta insistencia en reiterar cosas que han sido equivocadas?", se pregunta Cortés Conde. Pero el historiador económico no encuentra respuestas: "Los países han tenido crisis, pero en general han aprendido. A la altura de la Segunda Guerra Mundial, la Argentina no había tenido las experiencias extremas que tuvo Europa, pero mientras que Europa aprendió a costos terribles, la Argentina tendió a insistir con cosas que el mundo ya había superado. Es lo mismo que pasa hoy: tenemos una Argentina anacrónica. Hay algo en esta insistencia que está más allá de lo que yo puedo concluir”.



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