jueves, 16 de septiembre de 2010

Bicentenario: mujeres que hicieron la historia

La presencia femenina tuvo un lugar destacado en los sucesos de Mayo y el papel de la mujer en la sociedad cambió drásticamente después de la Revolución, cuando se contemplaron sus derechos a la educación y a la cultura, pero también el derecho a elegir libremente en cuestiones de amor

María Saenz Quesada
Para LA NACION
Domingo 23 de mayo de 2010


El pensamiento de la Ilustración que en el siglo XVIII desafió la continuidad del Antiguo Régimen cuestionó la visión tradicional de la mujer. En coincidencia con estas ideas, un sector de avanzada de la Francia revolucionaria propuso -sin éxito- que se consultara a las mujeres acerca de las leyes que las concernían directamente. También se reclamó que la educación femenina fuera responsabilidad del Estado. Estos dos enfoques se difundieron a través de libros y periódicos.

En el virreinato del Río de la Plata, las primeras publicaciones de los criollos criticaron la costumbre de arreglar los casamientos entre familias sin darle lugar al amor, muy valorado por las nuevas tendencias del romanticismo. Por su parte, Manuel Belgrano recomendó vivamente que se educara a las mujeres, algo que constituía también una forma de reconocer a su madre, Josefa González Casero, sostén del hogar y entusiasta de la buena educación.

La defensa del derecho de las mujeres al amor, a la educación y la cultura, y fundamentalmente a una vida propia, tuvo una representante genuina en Mariquita Sánchez (1786-1868). Su lugar en la historia suele limitarse al de anfitriona de un salón refinado en el que se dieron cita las personalidades de la política, la ciencia y la cultura y en el que se habría cantado el Himno Nacional por primera vez. Pero más allá de esto, ella se convirtió en símbolo de la modernidad porque recurrió a la ley para defender su derecho a elegir marido contra la voluntad de sus padres.

Ese rol protagónico en la revolución de las costumbres la impulsó a participar más tarde en la conspiración de Mayo de 1810, junto con su esposo, Martín Jacobo Thompson. No se conocen datos concretos sobre su actuación, peroa algunas cartas suyas indican que estaba al tanto de los riesgos que se corrían, que temió por sus seres queridos y que apoyó desde un principio el cambio político.

Esta patriota de 1810 y su grupo de amigas del patriciado porteño se plantearon el tema de cuál sería el lugar de la mujer en la sociedad después de la Revolución. Según puede leerse en El Grito del Sud , pronto entendieron que el gobierno no había tomado ninguna medida dirigida a mejorar su educación: a "las madres, las esposas, las hijas, hermanas y compatricias de los americanos no les han debido hasta ahora un solo rasgo de atención y de liberalidad, no han podido conseguir que den una sola ojeada compasiva hacia ese sexo degradado inmemorialmente y que forma la más dulce mitad de su especie".

Las esperaba un largo camino. Por lo pronto, tuvieron que bregar ante el Primer Triunvirato para que Angelita Castelli no fuera castigada por haberse casado con el capitán Igarzábal sin el consentimiento paterno. En efecto, Juan José Castelli, el ultrarrevolucionario tribuno de Mayo, estaba enemistado con su futuro yerno porque éste era saavedrista y por lo tanto presunto adversario. Esta clase de dificultades fueron frecuentes en las luchas facciosas desatadas por la Revolución.

Amar en esos tiempos revueltos significaba para la mayoría la larga espera del marido ausente. Otras arriesgaban su reputación y su comodidad por estar junto al hombre amado. Fue el caso de María Josefa Ezcurra de Ezcurra, casada con un primo muy rico quien debido a su simpatía por la causa realista se marchó del país; ella aprovechó la ausencia y se jugó abiertamente por su amado Manuel Belgrano a quien acompañó a Tucumán. Tuvieron un hijo, Pedro Rosas y Belgrano.

Amazonas, indígenas y mestizas
El escenario de la guerra en las provincias norteñas, donde los ejércitos patriotas y realistas avanzaron y retrocedieron durante quince años, representó otro desafío para las mujeres. En Salta unas fueron realistas y otras patriotas. Atrapada en este dilema, Magdalena (Macacha) Güemes desobedeció a su marido (realista) y sirvió a la causa patriota que encabezaba su hermano Martín Miguel. El historiador Roberto G. Vitry aporta numerosos ejemplos de otras mujeres patriotas entre los que se destaca el de Martina Silva de Gurruchaga, quien formó a su costa un destacamento de soldados y mereció el reconocimiento de Belgrano.

Hubo casos excepcionales de guerreras, como la emblemática Juana Azurduy, teniente coronel del ejército de las Provincias Unidas. Esta rica propietaria en la provincia altoperuana de Charcas, y su marido, Manuel Ascensio Padilla, lideraron la "Guerra de las Republiquetas". A su lado lucharon "amazonas" indígenas y mestizas. Por otra parte, en la "guerra gaucha" abundaron las "bomberas", que aprovecharon su condición femenina para llevar informaciones en papeles que ellas no estaban en condiciones de leer porque eran analfabetas.

Fuera de los ejemplos sobresalientes, el grueso de las mujeres que acompañó a los ejércitos lo hizo de manera informal ("mamitas", "vivanderas"). Su símbolo histórico son las "Niñas de Ayohuma", lavanderas morenas, venidas de Buenos Aires. Aunque las crónicas de guerra apenas mencionen a esas mujeres humildes, su compañía resultaba imprescindible en fuerzas militares improvisadas sin servicios adecuados de sanidad y abastecimiento. No se las admitió en cambio en los ejércitos profesionales como el que formó San Martín en Cuyo. "No me entiendo con mujeres sino con soldados sujetos a la disciplina militar", decía el Libertador.

Todas estas historias no difieren sustancialmente de otros relatos de la independencia latinoamericana. La diferencia radica en la Argentina en el énfasis que los gobiernos patrios, pasado el momento inicial, pusieron en educar a las mujeres. A ese respecto la administración de Bernardino Rivadavia es un ejemplo: fundó en 1821 la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires con la misión de abrir escuelas de niñas en todos los barrios porteños y en las poblaciones de campaña. Sarmiento, como Jefe del Departamento de Escuelas del Estado de Buenos Aires (1855), recibió esa herencia y se aplicó a modernizarla y nacionalizarla. Esta fue la base sobre la que después se construiría el sólido edificio de la educación pública argentina, verdadera epopeya cívica protagonizada por las mujeres maestras.


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