Ha muerto el pensador búlgaro. Filósofo, lingüista, historiador que se destacó por sus estudios sobre el lenguaje, las artes y la sociedad.
Entre sus numerosas obras se encuentra "La conquista de América, la cuestión del otro" (1982), de gran relevancia en nuestra región.
Visitó Argentina y publicó sus reflexiones acerca de la memoria y la historia. Aquí se presenta el artículo que diera a conocer al respecto.
Un viaje a Argentina
Una sociedad necesita conocer la Historia, no solo tener memoria. En el
caso argentino, un terrorismo revolucionario precedió al terrorismo de Estado
de los militares, y no se puede comprender el uno sin el otro
Publicado en El País, Madrid, 7
de diciembre de 2010
En noviembre de 2010, fui por primera
vez a Buenos Aires, donde permanecí una semana. Mis impresiones del país son
forzosamente superficiales. Aun así, voy a arriesgarme a transcribirlas aquí,
pues sé que, a veces, al contemplar un paisaje desde lejos, divisamos cosas que
a los habitantes del lugar se les escapan: es el privilegio efímero del
visitante extranjero.
He escrito en varias ocasiones
sobre las cuestiones que suscita la memoria de acontecimientos públicos
traumatizantes: II Guerra Mundial, regímenes totalitarios, campos de concentración...
Esta es sin duda la razón por la que me invitaron a visitar varios lugares
vinculados a la historia reciente de Argentina. Así pues, estuve en la ESMA
(Escuela Mecánica de la Armada), un cuartel que, durante los años de la última
dictadura militar (1976-1983), fue transformado en centro de detención y
tortura. Alrededor de 5.000 personas pasaron por este lugar, el más importante
en su género, pero no el único: el número total de víctimas no se conoce con
precisión, pero se estima en unas 30.000. También fui al Parque de la Memoria,
a orillas del Río de la Plata, donde se ha erigido una larga estela destinada a
portar los nombres de todas las víctimas de la represión (unas 10.000, por
ahora). La estela representa una enorme herida que nunca se cierra.
El término "terrorismo de
Estado", empleado para designar el proceso que conmemoran estos lugares,
es muy apropiado. Las personas detenidas eran maltratadas en ausencia de todo
marco legal. Primero, las sometían a unas torturas destinadas a arrancarles
informaciones que permitieran otros arrestos. A los detenidos, les colocaban un
capuchón en la cabeza para impedirles ver y oír; o, por el contrario, los
mantenían en una sala con una luz cegadora y una música ensordecedora. Luego,
eran ejecutados sin juicio: a menudo narcotizados y arrojados al río desde un
helicóptero; así es como se convertían en "desaparecidos". Un crimen
específico de la dictadura argentina fue el robo de niños: las mujeres
embarazadas detenidas eran custodiadas hasta que nacían sus hijos; luego,
sufrían la misma suerte que el resto de los presos. En cuanto a los niños, eran
entregados en adopción a las familias de los militares o a las de sus amigos.
El drama de estos niños, hoy adultos, cuyos padres adoptivos son indirectamente
responsables de la muerte de sus padres biológicos, es particularmente
conmovedor.
En el Catálogo institucional del
parque de la Memoria, publicado hace algunos meses, se puede leer:
"Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la
búsqueda de la Memoria, Verdad y Justicia". Pese a la emoción experimentada
ante las huellas de la violencia pasada, no consigo suscribir esta afirmación.
En ninguno de los dos lugares que
visité vi el menor signo que remitiese al contexto en el cual, en 1976, se
instauró la dictadura, ni a lo que la precedió y la siguió. Ahora bien, como
todos sabemos, el periodo 1973-1976 fue el de las tensiones extremas que
condujeron al país al borde de la guerra civil. Los Montoneros y otros grupos
de extrema izquierda organizaban asesinatos de personalidades políticas y
militares, que a veces incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin
de obtener un rescate, volaban edificios públicos y atracaban bancos. Tras la
instauración de la dictadura, obedeciendo a sus dirigentes, a menudo refugiados
en el extranjero, esos mismos grupúsculos pasaron a la clandestinidad y
continuaron la lucha armada. Tampoco se puede silenciar la ideología que
inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al régimen que tanto
anhelaba.
Como fue vencida y eliminada, no
se pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a
título de comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento
(entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en
Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón
y medio de personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la
represión del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas,
representan el 0,01% de la población.
Claro está que no se puede
asimilar a las víctimas reales con las víctimas potenciales. Tampoco estoy
sugiriendo que la violencia de la guerrilla sea equiparable a la de la
dictadura. No solo las cifras son, una vez más, desproporcionadas, sino que
además los crímenes de la dictadura son particularmente graves por el hecho de
ser promovidos por el aparato del Estado, garante teórico de la legalidad. No
solo destruyen las vidas de los individuos, sino las mismas bases de la vida
común. Sin embargo, no deja de ser cierto que un terrorismo revolucionario
precedió y convivió al principio con el terrorismo de Estado, y que no se puede
comprender el uno sin el otro.
En su introducción, el Catálogo
del parque de la Memoria define así la ambición de este lugar: "Solo de
esta manera se puede realmente entender la tragedia de hombres y mujeres y el
papel que cada uno tuvo en la historia". Pero no se puede comprender el
destino de esas personas sin saber por qué ideal combatían ni de qué medios se
servían. El visitante ignora todo lo relativo a su vida anterior a la
detención: han sido reducidas al papel de víctimas meramente pasivas que nunca
tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningún acto. Se nos ofrece la
oportunidad de compararlas, no de comprenderlas. Sin embargo, su tragedia va
más allá de la derrota y la muerte: luchaban en nombre de una ideología que, si
hubiera salido victoriosa, probablemente habría provocado tantas víctimas, si
no más, como sus enemigos. En todo caso, en su mayoría, eran combatientes que
sabían que asumían ciertos riesgos.
La manera de presentar el pasado
en estos lugares seguramente ilustra la memoria de uno de los actores del
drama, el grupo de los reprimidos; pero no se puede decir que defienda
eficazmente la Verdad, ya que omite parcelas enteras de la Historia. En cuanto
a la Justicia, si entendemos por tal un juicio que no se limita a los
tribunales, sino que atañe a nuestras vidas, sigue siendo imperfecta: el juicio
equitativo es aquel que tiene en cuenta el contexto en el que se produce un
acontecimiento, sus antecedentes y sus consecuencias. En este caso, la
represión ejercida por la dictadura se nos presenta aislada del resto.
La cuestión que me preocupa no
tiene que ver con la evaluación de las dos ideologías que se enfrentaron y
siguen teniendo sus partidarios; es la de la comprensión histórica. Pues una
sociedad necesita conocer la Historia, no solamente tener memoria. La memoria
colectiva es subjetiva: refleja las vivencias de uno de los grupos
constitutivos de la sociedad; por eso puede ser utilizada por ese grupo como un
medio para adquirir o reforzar una posición política. Por su parte, la Historia
no se hace con un objetivo político (o si no, es una mala Historia), sino con
la verdad y la justicia como únicos imperativos. Aspira a la objetividad y
establece los hechos con precisión; para los juicios que formula, se basa en la
intersubjetividad, en otras palabras, intenta tener en cuenta la pluralidad de
puntos de vista que se expresan en el seno de una sociedad.
La Historia nos ayuda a salir de
la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de
la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y
verdugos, inocentes y culpables. Si no conseguimos acceder a la Historia, ¿cómo
podría verse coronado por el éxito el llamamiento al "¡Nunca más!"?
Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, está
preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo,
adaptada a unas circunstancias inéditas. Comprender al enemigo quiere decir
también descubrir en qué nos parecemos a él. No hay que olvidar que la inmensa
mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos en nombre del bien, la
justicia y la felicidad para todos. Las causas nobles no disculpan los actos
innobles.
En Argentina, varios libros
debaten sobre estas cuestiones; varios encuentros han tenido lugar también entre
hijos o padres de las víctimas de uno u otro terrorismo. Su impacto global
sobre la sociedad es a menudo limitado, pues, por el momento, el debate está
sometido a las estrategias de los partidos. Sería más conveniente que quedara
en manos de la sociedad civil y que aquellos cuya palabra tiene algún
prestigio, hombres y mujeres de la política, antiguos militantes de una u otra
causa, sabios y escritores reconocidos, contribuyan al advenimiento de una
visión más exacta y más compleja del pasado común.
Tzvetan Todorov es semiólogo,
filósofo e historiador de origen búlgaro y nacionalidad francesa. Traducción de
José Luis Sánchez-Silva.
* Este artículo apareció en la
edición impresa del Martes, 7 de diciembre de 2010
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