Publicado en Ñ, abril 2010
Por: Alejandra Rodríguez Ballester y Héctor Pavón
Para Tulio Halperín
Donghi, el origen de la Revolución de Mayo se halla en la reacción a las
Invasiones Inglesas. En esta entrevista, también se refiere al estado de la
historiografía argentina. Según el entrevistado, el problema del neorrevisionismo es identificar el pasado con el
presente.
Arrojado al mundo
académico extranjero por la dictadura de Onganía en 1966, Tulio Halperín Donghi
construyó su propio espacio de la Historia lejos de la barbarie que tuvo como
epicentro a La noche de los bastones largos. Aterrizó primero en Oxford, y a
partir de 1972 enseña en Berkeley y desde allí proyectó su trabajo como
historiador argentino. Aunque sus principales obras las escribió en bibliotecas
norteamericanas, es uno de los más importantes historiadores argentinos. En
esta entrevista, que respondió por e-mail, se refiere a hechos y personajes de
la Revolución de Mayo. También traza un diagnóstico de la investigación
histórica en la Argentina.
-¿Cuándo arranca el
proceso revolucionario de Mayo, con qué hechos? Usted ha señalado la
importancia de las milicias urbanas en el proceso revolucionario, ¿cómo
surgieron y por qué son clave en este proceso?
-Cuándo comienza un
proceso como el que desembocó en los sucesos ocurridos en Buenos Aires entre el
17 y el 25 de mayo de 1810 depende de la visión que tenga quien los estudia y
del desenvolvimiento de los procesos históricos. Para Mitre, que tanto en
cuanto al pasado como al futuro prefería las perspectivas largas, el proceso
comenzó cuando el primer europeo pisó las costas del Río de la Plata. Aun para
otros menos atraídos por las preguntas que pretende responder la filosofía de
la historia, la respuesta depende del rasgo del contexto, en que esos sucesos
se desenvolvieron, que más les han interesado. Si ven en esos sucesos el capítulo
rioplatense de la reacción de la América española al derrumbe de la resistencia
contra la invasión francesa en la metrópoli, concluirán que comenzó cuando la
noticia de ese derrumbe llegó a Montevideo: los esfuerzos del virrey Cisneros
por evitar la difusión de esa noticia sugieren que fue él el primero en verlos
en esos términos. Si les interesan, en cambio, las razones por las cuales el
foco revolucionario establecido en Buenos Aires fue el único de los que
estallaron en 1810 que no fue sofocado por la contraofensiva realista, lo
buscarán donde también lo busqué yo, entre muchos otros: en la reacción frente
a las Invasiones Inglesas. El contraste entre la ineptitud que desplegaron en
la ocasión los funcionarios regios y la eficacia con que las iniciativas
espontáneas de sus gobernados disiparon la amenaza británica hizo perder a esos
funcionarios mucho de su legitimidad a los ojos de éstos. Pero, sobre todo, las
peculiaridades de la movilización militar de la población urbana pusieron a
disposición del sector criollo de la elite colonial una fuerza armada pagada
con los recursos del fisco regio y localmente demasiado poderosa para pensar en
desmovilizarla. Apenas la crisis de la metrópoli distanció a ese sector del que
estaba decidido a defender a todo trance el lazo colonial, puso en sus manos
una decisiva arma de triunfo. Tal como lamentaba más de un funcionario regio,
el tesoro virreinal no podía enviar socorros a la España resistente porque se
desangraba sosteniendo una fuerza armada que era ya la de una facción con cuya
lealtad no podía contar en absoluto.
-Al poderío militar
se suma el económico...
-Como suele ocurrir
en el trabajo del historiador, al elegir una respuesta uno elige, ya sin
saberlo, las nuevas preguntas que ella va a suscitar. En mi caso, me llevó a
vincular esa peculiaridad del proceso porteño con la implantación, al crearse
el Virreinato, de un gran centro militar, administrativo, judicial,
eclesiástico y mercantil que cada año inyectaba un millón y medio de pesos del
tesoro regio en las escasamente pobladas llanuras de la región pampeana y el
litoral. Allí, las exportaciones pocas veces superaban el millón por año, lo
que permite entender mejor el papel central que el control de esos recursos
tuvo en el conflicto que alcanzó su punto resolutivo en aquellos días de mayo.
-La participación
popular en los sucesos de Mayo ha sido largamente discutida. En un extremo se
sostiene que fue una revolución patricia sin contenido democrático. Otros
analizan formas de movilización y participación política existentes en la
época. ¿Cuál es su postura al respecto?
-Esas conclusiones
dependen tanto de los aspectos de esos sucesos que interesaron al historiador
como de los supuestos que éste llevó a su examen. Entre los que ven en ellos
una revolución patricia sin contenido democrático hubo quienes, como Roberto
Marfany, reconocieron en esos sucesos la obra de un ejército alineado tras de
sus mandos naturales, cuya misión histórica seguía siendo en el presente guiar
los avances de la nación surgida de su acción en esas jornadas, pero hubo
también quienes consideraban que la entonces conocida como Gran Revolución
Socialista de Octubre marcaba el destino hacia el que se encaminaba la entera
historia universal, y comenzaban a dudar de que –como antes había creído
firmemente Aníbal Ponce– la de Mayo hubiera puesto a la Argentina en camino
hacia esa meta. Por mi parte, confieso que me interesé menos en esos planteos
que llegaban a la misma conclusión partiendo de premisas opuestas que en las
peculiaridades más específicas de la movilización política que acompañó a esos
sucesos.
-En relación con
los protagonistas de los días de Mayo, como Cornelio Saavedra, Juan José
Castelli, Juan José Paso, Manuel Belgrano, Mariano Moreno, ¿cree que la
Historia ha sido injusta con alguno de ellos?
-Confieso que no
ambicioné constituirme en el oráculo por cuya boca la Historia (con mayúscula)
hiciera adecuada justicia a cada una de esas figuras, sino entender un poco
mejor el proceso en que todos ellos habían participado. Esto hace que, frente a
Cornelio Saavedra, me interese menos en coincidir o no con su futuro adversario
y víctima Manuel Belgrano, quien en esas jornadas desplegó una deslumbrante
destreza táctica sin la cual no se hubiera alcanzado el desenlace positivo que
efectivamente vino a coronarlas, que en adquirir una imagen más precisa de lo
que hizo que, apenas el coronel Saavedra informara al virrey Cisneros que no
estaba en condiciones de garantizar que las tropas bajo su mando podrían
contener con éxito a la muchedumbre que, como preveía, se preparaba a protestar
contra la composición de la Junta designada el 22 de mayo, éste se apresurara a
renunciar al cargo de Presidente. Y esto hace que frente a la figura de Moreno
me interesase más en explorar las razones que hicieron de su actuación en esos
días el punto de llegada de una trayectoria que hasta poco antes no era claro
que se orientara en esa dirección, y en lo que esa trayectoria individual
pudiera sugerir acerca de las ambigüedades del proceso colectivo del que fue
parte, que en averiguar si esa actuación contribuye o no a asegurar para Moreno
un lugar eminente en el cuadro de honor de los héroes de esas jornadas.
-Yendo al escenario
actual, ¿cómo evalúa los avances de la investigación histórica en la Argentina?
-Creo que lo que
hemos vivido desde hace ya décadas en la Argentina es la plena
profesionalización de la tarea de investigación histórica en un marco
institucional creado a partir de 1955. Este marco fue consolidado con
propósitos muy distintos por los regímenes militares de 1966-73 y de 1976-83 y
devuelto a su propósito primero a partir de esa última fecha, en una tarea en
la que tuvieron un papel central no sólo el Departamento de Historia de la UBA,
que en rigor retomaba un proyecto interrumpido en 1966, sino también los de
universidades del interior que la encaraban por primera vez. Todo eso se
reflejó en un mayor rigor en las exigencias metodológicas y un mayor dominio de
la problemática en los distintos campos temáticos, apoyada en una relación cada
vez menos distante con los avances del trabajo histórico fuera de la Argentina.
Esto ha permitido a algunos de nuestros historiadores participar de modo muy
creativo en el esfuerzo para buscar enfoques y criterios de análisis adecuados
para abordar las preguntas que, acerca del pasado, les propone un tiempo
presente marcado por trasformaciones muy profundas en un marco de extrema
incertidumbre.
-¿Y cuál es la
situación de la historiografía argentina en el escenario global?
-La historiografía
argentina ha alcanzado al abrirse el siglo XXI el objetivo fijado para ella por
la Nueva Escuela Histórica. Quienes la sirven son integrantes de una comunidad
de estudiosos que tanto en el viejo como en los nuevos mundos tienen a su cargo
fijar el rumbo de nuestra disciplina. Pero eso, que no podría ser más positivo,
la obliga a confrontar los problemas que los avances de la profesionalización
plantean aquí como en todas partes. Esa profesionalización impulsa la expansión
constante de un aparato institucional cada vez más complejo, que incluye, en
nuestro caso, a las universidades que ofrecen el ámbito primario para el
trabajo de los historiadores, desde el Conicet y la Agencia de Promoción
Científica hasta las fundaciones e instituciones internacionales de las que
provienen los recursos que sostienen los nexos de esa comunidad más amplia.
-¿Cuáles son los
problemas de los avances de la profesionalización?
-En todas esas
instituciones, en mayor o menor medida, se hacen sentir los efectos de la ley
de hierro de la oligarquía, anticipada por Robert Michels en su análisis de los
partidos socialdemócratas de comienzos de siglo XX que, llevada al límite, hace
que quienes controlan esas instituciones las usen en su favor más que en
provecho de los servidos por ellas. Así se refleja, por ejemplo, en el
porcentaje creciente de puntajes asignados tanto por el Conicet, como, muy
frecuentemente, por las universidades que reconocen los puntajes obtenidos en
tareas de gestion, en detrimento de los de investigación y enseñanza. De este
modo se agrava en sus consecuencias cuando, en esta etapa, teóricamente
gobernada por criterios meritocráticos, siguen gravitando otros decididamente
particularistas que intentan adquirir una espuria objetividad expresándose en
cifras numéricas. Pero aun cuando ello no ocurre, la obligación de probar cada
año que lo investigado en ese período ha fructificado en presentaciones,
simposios y artículos aceptados en publicaciones con referato lleva a menudo a
renunciar a proyectos de mayor aliento o en el mejor de los casos significa un
serio obstáculo para los esfuerzos por llevarlos a término. Cuando se recuerda
todo eso, es a la vez sorprendente y reconfortante descubrir que en cada
promoción de estudiantes hay siempre más de uno (o una) que une a su agudeza de
mente y rica imaginación histórica la seguridad de que no puede escapar a su
destino de hacer historia, y es ésa la mejor razón para esperar que el futuro
depare cosas buenas para la historiografía argentina.
-Usted se ha
mostrado crítico con respecto a ciertas versiones "neorrevisionistas"
de divulgación histórica. ¿Cree que estas lecturas pueden ser un primer paso
que luego derive en lecturas más consistentes de la historia o las considera
poco útiles?
-Desde luego puede
ser lo segundo; antes de que ganara popularidad ese género era usual que el
interés por el pasado se despertara en la primera adolescencia a partir de la
lectura de una novela histórica de Alejandro Dumas o de Walter Scott, y sólo
quienes, aunque no lo sabían, llevaban ya dentro de sí ese interés sentían la
necesidad de pasar luego a esas "lecturas más consistentes". Mi
problema más serio con el neorrevisionismo no es ése, sino que para hacer más
comprensible el pasado lo identifique con el presente. Para poner un ejemplo:
con ese método podría presentarse a Cornelio Saavedra como la dirigente jujeña
Milagro Sala de las jornadas de mayo. O, habida cuenta de la prodigiosa
destreza táctica que le ganó la admiración de Belgrano, podríamos verlo como el
precursor, en esas jornadas, de Juan Domingo Perón. O quizá algún retrospectivo
militante de la facción morenista podría equiparar su papel con el desempeñado
el 4 de junio de 1943 por el general Pedro Pablo Ramírez, ministro de guerra
del presidente Castillo. En la reunión de gabinete convocada por Castillo para
organizar la resistencia a la revolución que había estallado ese día Ramírez
pidió la venia para retirarse invocando su carácter de jefe de esa revolución.
Produjo efectos parecidos a los que la advertencia de Saavedra tuvo sobre el
virrey: Castillo abandonó toda idea de resistencia tras una breve excursión
fluvial en un guardacostas de nuestra Marina de Guerra. Para entonces, ya
reemplazado en el cargo por Ramírez, tal como el virrey lo había sido en Mayo
de 1810 por Saavedra, se volvió a su casa, igual que sus ministros.
-¿Pueden ser
comparaciones con una función didáctica?
Es verdad que
comparaciones como éstas pueden ofrecer una primera aproximación a un personaje
del pasado que, en otros aspectos no menos importantes, no tenía nada en común
ni con Sala, ni con Perón, ni con Ramírez, pero ocurre que ese neorrevisionismo
no se limita a usarlas con esa intención pedagógica, sino que proclama
descubrir en un supuesto pasado –que es sólo una alegoría del presente–
lecciones válidas para ese mismo presente, ignorando que para que la historia
del pasado pueda ofrecer esas lecciones necesita ser de veras historia del
pasado, mientras que lo que se confecciona de esa manera no lo es en absoluto.
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